agosto2017 (Página 2 de 2)

El amor siempre es pasado

Algunas tardes largas
me invade los ojos una extrañeza templada
al darme cuenta de que el amor siempre
sucede en el pasado.

Me quedo entonces quieto,
pájaro aterido por la tormenta,
en esa calma efervescente de las esperas
cuando el rumor de todos los pasillos
nos suena a corazón acelerado.

La piel se me congela a bocanadas
conforme la tarde pasa metódica,
despiadada, dejando una invisible
estela de desorden
por donde confundo la endeble ausencia
de quien no ha terminado de llegar
con el duro vacío de quienes nunca
han acabado de irse.

Más que por una cuestión de principios
y finales, ese endeble color
ceniciento en las palabras
que quedan dispersas en los teléfonos
me enseña que el amor
es un invento pasajero de otros,
con sus metáforas indecisas y su miedo,
un miedo indestructible
que se va desfigurando en silencio,
allá, en los alrededores de un cuerpo
que se tergiversa deshabitado
en el lado derecho de otra vida.

Algunos ojos templados me invaden
la tarde con una extrañeza larga
al darme cuenta de que el amor siempre
sucede en el pasado.

El amor siempre es pasado

Algunas tardes
me siento extraño en mis propios ojos,
mirando como el amor siempre
sucede en el pasado.

Me quedo quieto,
pájaro derribado por la tormenta,
en esa calma intranquila de las esperas
cuando los pasos de nunca
suenan idénticos a los de ayer.

La piel se enfría a bocanadas
conforme la tarde pasa despiadada y metódica
dejando un invisible rastro de desorden,
por donde se confunde
la frágil ausencia
de quien no termina de llegar
con la inmediatez de quien
nunca acaba de irse.

Aprendo entonces que el amor
siempre es un invento de otros,
con sus metáforas indecisas y su miedo,
ese miedo
que no se crea ni se destruye,
sino que se transforma en silencio,
allá, en los alrededores de un cuerpo
que se consume deshabitado
en el lado derecho de otra vida.

(Versión anterior)

Animales de compañía

Ellos no, nunca atacan,
tan solo se defienden.

Está en la naturaleza
de su anverso.

¡Uno los ama tanto!
Los acaricias, les mesas el pelo,
los abrazas a corazón abierto,
los metes en tu vida
y todo te lo cambian.

Ellos no lo hacen adrede,
no pueden evitar la genética
y cuando uno, que tanto los ama,
intenta, mansamente, con cariño,
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
te arañan sin saberlo,
te pican sin maldad,
te muerden sin intención.

Es por eso
que estas marcas moradas,
ya casi verdes, que andan dispersas
entre mis versos,
estas marcas como de dientes
horadadas en mis poemas
no son culpa suya.

¡Uno los ama tanto!
Ellos no lo hacen adrede.

Es que cuando intentas
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
los amores arañan,
los recuerdos pican,
los sueños muerden.

Quédate

Te amor de lejos.

Te cientos de colibríes.

Te gusto haberte conocido.

Te cargo de conciencia.

Te Quito llueve contigo.

Te luciérnaga la mirada.

Te amiga desde dentro.

Te pronto tu presencia.

Te rastro de tu cuerpo.

Te fuera los pretextos.

Te noche que pasamos.

Te vino que bebimos.

Te paraíso con la boca.

Te chinezco de los nervios.

Te juramento de mi vida.

Te miedo que te vayas.

Te poema que congelo.

(Christian Mauricio Zurita Estrella)

Horas culpables

La hora de llevar a cabo el atraco planeado,
la de diseñar desfalcos desde el gabinete,
cuando la chica me hizo salir por la ventana.

La hora de las visitas a sexo descubierto,
cuando sólo se puede volver de alguna parte,
el momento de prender la mecha del incendio.

Cuando los vecinos acechan pidiendo harina,
el instante de apretar el gatillo cargado,
la hora registrada en el móvil de los infieles.

El minuto de firmar el despido,
la sentencia de muerte,
de cerrar el balcón ante los gritos,
la hora de hacerse el sordo ante las súplicas.

Todas las horas son exactamente culpables,
siempre hay un delito al filo del reloj adecuado,
todas las horas son culpables cíclicamente,
así que ven conmigo a cualquier hora
que ninguna postura
de las manecillas es inocente,
tomemos nosotros la que más nos apetezca
en cada momento posible, a todas las horas,
para renunciar a ser presuntos delincuentes
y pagar con gusto el precio que nos corresponda.

Opinión sobre la pornografía

No hay nada sagrado para aquellos que piensan.

Es insolente llamar a las cosas por su nombre,
los viciosos análisis, las síntesis lascivas,
la persecución salvaje y perversa de un hecho desnudo,
el manoseo obsceno de delicados temas,
los roces al expresar opiniones; música celestial en sus oídos.

A plena luz del día o al amparo de la noche
unen en parejas, triángulos y círculos.

Aquí cualquiera puede ser el sexo y la edad de los que juegan.

Les brillan los ojos, les arden las mejillas.

El amigo corrompe al amigo.

Degeneradas hijas pervierten a su padre.

Un hermano chulea a su hermana menor.

Otros son los frutos que desean
del prohibido árbol del conocimiento,
y no las rosadas nalgas de las revistas ilustradas,
pornografía esa tan ingenua en el fondo.

Les divierten libros que no están ilustrados.

Sólo son más amenos por frases especiales
marcadas con la uña o con un lápiz.

(Wislawa Szymborska, Gente en el puente, 1986, v. de Abel A. Murcia)

Correr cortinas que dejé cerradas…

Correr cortinas que dejé cerradas

Correr cortinas que dejé cerradas,
encender estas luces
de la escena,
mover todos los muebles necesarios,
sacar al sofá de su amplio letargo,
levantar las sábanas, revolverlas,
escudriñar a fondo los cajones,
vaciarme los bolsillos de la ropa
que deje esparcida sobre la cama
y desandar meticulosamente
mis penúltimos pasos por la vida.

Te encontraré de nuevo
aun sabiendo que a todo llego tarde.

Estarás como siempre
en el último sitio en el que busco:
al final de mis uñas,
donde la ceniza no tiene forma,
en donde ya nada arde.

Semana

Desde tus ojos inmunes precisamente lunes
se levantan estandartes ciertamente martes.

Parecen dos tréboles artilugios, cada miércoles, refugios.

¿Cómo te digo que llueves justamente jueves?
Y lo que queda de este viernes, ¡me gobiernes!

Porque me la he pasado calladamente sábado
escribiéndole el poema que extingo finalmente domingo
a la mujer que fue semana.

(Christian Mauricio Zurita Estrella)

La última frontera

Entre risas, lágrimas y palabras
estallando con la ferocidad
de ácidas margaritas deshojándose,
actos torpes, desamor cotidiano
escanciado en platos de sopa tibia,
la televisión que aplasta películas,
un cuerpo extraño que se agita frío
y surge de entre las sábanas rotas,
los lunes cortándome en rebanadas,
quizás algún mensaje
de buenos días.

La felicidad dura lo que tarda
en volver el silencio,
la última frontera, el quicio afilado
de una puerta que nadie sabe nunca
si seguirá entornada.

La frecuencia de mi corazón
cambia por las noches.

Puedo sentir en el pecho
su marcha forzada,
su prisa por cumplir
con el resto de latidos
que le quedan.

Mi pulso se acelera
cuando la luz del día se ha ido:
me aterra sentir el filo de la noche
en la vena más ancha de mi cuello.

En la oscuridad de la casa
mi corazón se vuelve mar picado,
golpea por dentro con la fuerza de una ola.

(Daniel Miranda Terrés)

Esta nieve

Estrenar un camino es muy difícil.

¡Cuántas huellas no tienen la vereda,
todos los peldaños, cada baldosa,
el umbral!

Qué esfuerzo de subir
aferrado a la máquina,
desorbitado el pálpito,
para más tarde bajarse del miedo
y resbalar sin gloria
en el barro.

Abrir un ramal nuevo
no resulta nada sencillo. Allá,
sea cual sea el territorio
al que te lleven tus piernas tenaces,
ya antes hubo trincheras
y todo un tropel de seres humanos
piso la sombra estéril
de los pájaros.

Sólo nos queda seguir el sendero
que otros miles de pasos ensancharon,
acomodarse con los caminantes
y esperar
un turno propicio en el desfile.

Estamos atrapados
en las huellas del mundo
porque cada piedra, cada camino,
cada mota de polvo en cada vida,
cada palabra que dijiste al oído,
ya la habían pisoteado otros.

Y, sin embargo, enredado en vestigios,
perdido entre veredas
trazadas hace ahora mucho tiempo,
asustado de aquellos precipicios
por los que ya alguna vez
nos hemos despeñado,
la luna me parpadeó con tus ojos
y entonces hielo, copos, la tormenta,
esta nieve que recubre las huellas
y este camino que ahora recorro
como si fuese la primera vez.

Aunque no se me olvida
que tarde o temprano posiblemente
la nieve se derrita
y el camino se llene
de veredas viejas, ya recorridas.

Fleur d’ennui no. 6

Lo que realmente me gustaría es volar,
sentirme sin peso sobre un mar abierto
desvaneciéndome con suavidad en el azul.

Tal vez sola, tal vez con un chico
cuyo cabello revolotea en el viento,
que conozco bien.

Tal vez cambiándonos de color
a crema o durazno blanco
o el color de la ciudad
temprano en la mañana.

Tal vez una gaviota
se deslice cerca, sin peso como yo.

Si lo hace, flotaré en esa dirección
para decirle lo mucho que admiro
la ligereza de sus huesos.

(Jessica Sequeira)

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