septiembre2017

Poema sin terminar

POEMA SIN TERMINAR

No, no está terminado este poema,
voy gestando sus versos lentamente.

Vivo despacio si nadie me empuja,
ando distraído por las orillas.

Voy y vengo varias veces, parece
que no quiero llegar cuando acometo
la otra esquina, un nuevo recodo
del camino, la próxima parada.

Este poema no está terminado.

Sus versos sembrados en el papel
quieren brotar hacia fuera buscando
nuevamente tus ojos, otro encuentro,
desiertos nocturnos, diversos labios,
renglones en los que puedas quedarte
y tu turno de palabra.

POEMA SIN TERMINAR (2)

No, no está terminado este poema,
voy gestando sus versos lentamente.

Vivo despacio si nadie me empuja,
ando distraído por las orillas.

Voy y vengo varias veces, parece
que no quiero llegar cuando acometo
la otra esquina, un nuevo recodo
del camino, la próxima parada.

Este poema no está terminado.

Aún tienen que evolucionar sus versos
que laten y palpitan esperando
nuevamente tus ojos, otro encuentro,
desiertos nocturnos, diversos labios,
renglones en los que puedas quedarte
y tu turno de palabra.

(Versión anterior)

Me echaré de menos

Eso que echamos en falta
en tardes de melancolía
o algunas noches de luna,
no son los que ya no están:
ellos jamás habitaron
las brumas de la memoria.

No es aquel tiempo pasado,
tampoco, lo que transcurre
por dentro de quienes somos
cuando un objeto escondido
en un cajón asombrado
sale como de improviso
expresando en el silencio,
y sólo para nosotros,
una ausencia que parece
hierro clavado en el pecho.

Ni es el residuo de aquello
que un día quisimos llamar
amor, felicidad, vida,
ni aquel calor ni esa energía
de aquella mirada cómplice
en la que, tal vez con gusto,
nos perderíamos de nuevo.

Pero no, así no funciona:
siempre que echamos de menos
algo, es a nosotros mismos,
porque extrañamos entonces
aquel modo de sentirse
en buenas manos, aquella
posibilidad de ser
especial, la mejorada
imagen que nos devolvía
aquel espejo con forma
de sueño al fin alcanzado.

Por eso es que me propongo
disfrutar ahora tu ojos,
en cada instante de sol
o de luces apagadas,
grabarme cada palabra
que dices en esta áspera
y dulce conversación
en que conviertes la vida.

Porque este yo feliz, tierno,
seguro pero indeciso,
que me encanta ser contigo,
sé que no volveré a serlo
otra vez, nunca, con nadie.

Sé que me echaré de menos.

En la noche terrible, sustancia natural…

En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis noches,
Recuerdo, velando en incómoda modorra,
Recuerdo lo que hice, lo que podía haber hecho en la vida.

Recuerdo, y una angustia
Se esparce en mí como un frío del cuerpo o un miedo.

Lo irreparable de mi pasado -ése es el cadáver-
Todos los otros cadáveres puede ser que sean ilusión.

Todos los muertos puede ser que estén vivos en otra parte.

Todos mis propios momentos pasados puede ser que existan en algún lugar,
En la ilusión del espacio y el tiempo,
En la falsedad del transcurrir.

Pero lo que no fui, lo que no hice, lo que ni siquiera soñé;
Lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,
Lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido-
Eso es lo que está muerto más allá de todos los dioses,
Eso -y al final fue lo mejor de mí- es lo que ni los dioses, hacen vivir…

Si en cierta ocasión
Hubiera volteado a la izquierda en lugar de a la derecha;
Si en cierto momento
Hubiera dicho sí en vez de no, o no en vez de sí;
Si en cierta conversación
Hubiera tenido las frases que sólo ahora, en el entresueño, elaboro –
Si todo eso hubiera sido así,
Sería otro hoy, y tal vez el universo entero
Sería insensiblemente llevado a ser otro también.

Pero no cambié hacia el lado irreparablemente perdido,
No cambié ni pensé en cambiar, y sólo ahora lo percibo;
Pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;

Pero las frases que faltó decir en ese momento todas me surgen,
Claras, inevitables, naturales,
La conversación cerrada concluyentemente,
El asunto resuelto…
Pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será, me duele.

Lo que fallé de veras no tiene ninguna esperanza
En ningún sistema metafísico.

Quizá pueda llevar a otro mundo lo que soñé,
¿Pero podré llevar a otro mundo lo que me olvidé de soñar?
Eso sí, los sueños por haber, son el cadáver.

Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo el tiempo, para todos los universos,
En esta noche que no duermo, y el sosiego me cerca
como una verdad que no comparto,
Y allá afuera el claro de luna, como la esperanza que no
Tengo, es invisible para mí.

(Fernando Pessoa, traducción de Mario Bojórquez)

En paz

Supongo que a mis maestros les debo
las primeras letras aprendidas,
como debo a mis padres y abuelos
las primeras palabras,
que luego he ido olvidando poco a poco,
y los primeros pasos,
que después he ido torciendo
yo solo.

A mis hijos les adeudo, también,
las primeras palabras,
que he ido recordando poco a poco,
y los primeros pasos,
que he ido enderezando
con su ayuda.

Le debo al primer amor, supongo
-y digo que supongo
porque cada uno que vino
fue siempre el primero-,
este punto de explosión en el pecho
que algunas veces me redime
de mantener la vida intacta.

A los amigos también les debo
todas las otras redenciones
y unos cuantos cubatas
de esos que desanudan
la soga del cuello.

La mirada perdida es lo que adeudo
a multitud de poetas que admiro
-algunos de lo cuales incluso cantan.

A mis congéneres les agradezco
que no me hayan dejado ser demasiado distinto,
a las mujeres, que no me vean feo,
a los vecinos, les debo mi gusto por el silencio
y su empeño en que siempre se debe seguir
un estricto horario
para sacar correctamente la basura.

A los sacerdotes les debo la fe en mí mismo
y los monjes mi gusto por el gregoriano.

A los sicólogos, que me hayan hecho el honor
de poner todos mis complejos en sus libros.

Debo a los ordenadores la extinción total
de mi caligrafía y esta sequedad continua de los ojos.

Debo, a quienes me leen, una impenitente
adicción a mirar por si hay comentarios.

A Mark Knopfler y a Paco de Lucía
tengo que agradecerles
su teoría de las cuerdas del universo,
y a José Luis Cuerda, que amanezca siempre
por el lado correcto.

Debo, en fin, a cientos de personas,
cientos de pensamientos, habilidades, noticias,
risotadas o sonrisas, compras con tarjeta,
malabares del corazón, complicidades técnicas
y un puñado de anécdotas que algún día contaré.

En cambio, a ti no te debo nada.

Porque sí,
es cierto que me has enseñado a escribir
cuando no puedo hacerte el boca a boca.

Por eso,
con este poema,
ahora que lo escribo,
ahora que lo lees,
respiramos,
y por fin juntos
estamos en paz.

AHORA

Porque ahora paso mi mano sobe el envés de las hojas y sé leer su alfabeto
y si cierro los ojos oigo correr un río y es tu voz que despierta

porque mi cuerpo comienza ahora en ti y acaba más allá de la lluvia
donde alcanzan tus brazos y el miedo acuartelado no vigila

y sé llamar las cosas
de modo que éstas salten se desnuden
y todo sea reciente
para mis ojos que aman en tus ojos

porque en mi llanto crecen blandas plantas carnívoras
y mi sangre palpita como una iguana abierta

porque ahora mi cuerpo recupera sus partes
y nace una piel nueva que derrota el verano

porque me has enseñado a respirar.

(Piedad Bonnett)

Verrugas

Es mentira
lo que parecía verdad. Éste
que escribe aquí, no soy yo,
es cierto. Lo he dicho muchas veces
y me he reído con ganas
de quienes me confunden siempre
con el autor de estos versos.

No soy yo el que aquí escribe,
no soy yo. Pero,
aunque no soy yo,
tampoco puedo dejar de serlo.

Me he dado cuenta ahora mismo,
cuando, pensando qué era
lo que quería decir realmente
sobre la muerte,
he entendido que no puedo
escribirlo y salir impune
del dolor de la desnudez.

Ni puedo ser yo,
ni puedo dejar de serlo.

Escribir es, en el fondo,
un modo de huir de uno mismo.

Una manera de inventarse mejor,
un modo de darse por bien empleado.

Escribir es contradecirse
sobre el eslabón más débil de la cadena.

Y creer que no crujirá el papel
si conseguimos leerlo
desde suficientemente lejos.

La ley y algunos poetas
tienen el brazo muy largo.

Pero yo no. Y aunque me sobra edad
tampoco tengo la vista tan cansada
como para poder escribir versos desvestidos
sin correr a taparme con un pronombre
alguna, varias, todas mis verrugas

CONTRADICCIONES, PÁJAROS

Las verdades son la única verdad,
esas pequeñas huellas
de nuestra historia.

Si las verdades dijeran la verdad
mentirían.

Aunque las verdades
también mienten con su verdad:
la contradicción,
ese nido de pájaros crujiendo.

Las contradicciones parecen insufribles
en nuestro mundo.

Pero uno intenta
huir de ellas
como los pájaros:
huir quedándose.

(Ángeles Mora, Contradicciones, pájaros, 2000)

EL ESPEJO DE LOS ESPÍAS

Estamos al fin hechos
a cierta imagen y semejanza vana
de esta violencia que se ha llamado vida.

Que cada día
nos arrastra de nuevo
para llevarnos siempre
al mismo sitio.

Así el lenguaje
acaba siempre siendo un animal
herido, un topo que no zapa,
mudo,
helado espejo de los espías.

(Ángeles Mora, Contradicciones, pájaros, 2000)

Frío en julio

En mitad del mes de julio
de este trozo de sur desubicado que soy
hace el mismo frío sin ti
que cuando noviembre llovía palabras tristes
enredadas entre sofás y cementerios.

Es tan escaso el entreacto, tan breve el requisito
de tener secuestrado al mundo tras la persiana,
tan exiguo el orificio de los relojes
por el que cabe la placidez de tu mirada,
tus labios entreabiertos sobre la tarde,
tus zapatos descansando bajo mi cama,
que el frío toma la forma cóncava
de un candado cuya llave
nadie consigue encontrar.

Y volver luego, desarmado de tu piel,
al aroma traidor que espera agazapado en la penumbra,
al telediario de postre y su amianto,
al sofá de una sala que siempre es de espera
llena de huellas que huyen en la nieve.

Y buscar acomodo en este frío que me empuja
hacia hombres y mujeres y viceversa,
que me saca los colores de las cortinas
para obligarme a salir del andén mientras me convenzo,
vamos muchacho, muévete, no te quedes ahí parado,
que el tren de la nueva vida solamente descarrila
tres o cuatro veces al mes.

Estoy sudando en plena noche y, sin embargo,
hace el mismo frío sin ti,
cada latido es un vaho invisible que se dispersa
sobre este frío húmedo y ausente
que me cala hasta los sueños
y no me deja dormir.

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,
pero se vive.

(Roque Dalton)

Porque esta noche duermes lejos
y en una cama con demasiado sueño,
yo estoy aquí despierto,
con una mano mía y otra tuya.

Tú seguirás allí
desnuda como tú
y yo seguiré aquí
desnudo como yo.

Mi boca es ya muy larga y piensa mucho
y tu cabello es corto y tiene sueño.

Ya no hay tiempo para estar
desnudos como uno
los dos.

(Roberto Juarroz)

Contrapunto

Antes del viernes vacío,
llega un jueves completo,
un miércoles a medias,
un martes sin espinas
y un lunes de diluvio
que me transita desapercibido.

Escondida tras la niña que llora
desconsoladamente
se aparece la mujer que ríe incrédula
cuando me dice adiós.

Debe ser que todo en la vida tiene
un torpe contrapunto,
a muchas voces, en tantos idiomas,
en graves notas sobre un pentagrama
alrededor de su clave girando.

Debe ser que somos parte de alguna melodía,
escapados de un instrumento contradictorio.

Dices que contamos dos veces lo mismo,
que María Magdalena tiene un canon,
o describes
un surrealista papel adhesivo
cuando inventamos guiones de Almodóvar.

Quizá esta vez tengas razón en todo
porque cada principio se parece
al siguiente,
porque cada final es parecido
a los de otros,
porque, para quienes tienen memoria,
nada es nuevo.

Solo a las infidelidades de mi memoria
debo este contrapunto de ternura
en el que al mismo tiempo
me siento triste y cómodo,
que me empuja a escribir
sobre esta ingenua creencia
en lo que sé que nunca tendrá sitio,
sobre esta suave tarea de confiar en nosotros,
sobre este modo lento de avanzar
hacia ese porvenir que siempre aguarda
con una soledad en cada mano.

Escondidamente desconsolado
detrás del niño que te dice adiós
aparece un hombre llorando incrédulo
todos los contrapuntos.

SOLITARIOS

Vuelvo a casa.

Y si está la soledad propicia,
la llama de la vela,
la noche y esa música,
me pongo a separar lo que me has dicho,
palabra tras palabra,
con cuidado.

Y luego
las pongo en la mesa,
boca abajo,
y con la mano izquierda
—la mano del deseo—
las escojo al azar,
las vuelvo como cartas
y las miro.

Y siempre me sale un solitario.

(Trinidad Gan)