febrero2018 (Página 3 de 3)

Meteorología

Por el fragor del beso se sabe
dónde está el fuego, cómo arde
la noche, hacia dónde tiritan
los pétalos de las margaritas.

Por el estruendo de los labios
uno reconoce huracanes en la sangre,
el sabor de la tormenta de encontrarse,
la humedad que tiene la vida.

Hoy hay un beso en el aire,
un beso de taberna o de cantina,
que no sabe si ahogarse en cerveza
o en melancolía.

Ahora noto en la boca la duda
del ruido de un beso pendiente
que no puede esperar a mañana.

Porque por la meteorología del beso se sabe
de las sábanas y de su temperatura,
como por el silencio se sabe del insomnio
y de la posibilidad de lluvias.

Una hora menos

Un capítulo de un libro interesante,
un paseo por el parque
bajo la luz de la luna,
un metro cuadrado relleno
de cuatro litros de lluvia.

La mansedumbre de los olivos
en cien kilómetros de autovía,
un viaje imprevisto a la playa,
el atasco a la vuelta de la oficina,
el final de una película,
dos cervezas con sus tapas
o una charla entretenida
con alguien en la distancia.

Una ración de insomnio
a solas con Morfeo,
o un sueño suave y húmedo
que me reviente de deseo,
sesenta besos redondos
a una mujer desnuda y en lo oscuro.

Todo esto y mucho más,
que no digo por prudencia,
por olvido, por desconocimiento
y por que no me cabe en este poema,
es lo que puedo perderme
en esta hora de vida
que me han quitado esta noche
al adelantar las manecillas.

Sin embargo no me quejo,
tengo razones para estar alegre.

Porque sé que todas las cosas
que tarde o temprano se pierden
traen de la mano otros quehaceres,
otras historias, otros sueños.

Y porque sé que,
para que llegue lo que llegue,
ahora queda una hora menos.

Sábanas

Bien es cierto que las sábanas
nunca nos guardaron sitio.

Hubo que arrebatárselo a fuerza de mapas,
contra el horario de los turnos,
saltando por encima de la fiebre
y atropellando los fines de semana.

En ellas no queda rastro escrito
de encuentros mecánicos de pijama.

Roces comedidos y mudos
entre seres habitantes de un mundo sin deseo
en el que ofrecen sus cuerpos como dádivas.

Y todo cansa. El frío, el silencio,
los cuerpos que se giran en las sábanas
con las vueltas del insomnio
sin emitir los sonidos del deseo
ni levantar la piel en ascuas.

Sé que ha llegado el fin por el perfume
del lado derecho de la cama,
en el que tantas veces durmió tu cabeza,
cuando me restriego contra la almohada
y sólo encuentro un aroma lúgubre
a suavizante con jabón de Marsella.

Presentimiento

Presiento una primavera rellena
con anchos campos de trigo.

Con mares que despiertan del letargo
moviéndose lentamente,
como mecidos por vientos
que han tardado en volver.

Tengo pálpitos consecutivos
que me anuncian selvas fosforescentes,
árboles recién nacidos y frescos,
sangre perturbada por la menta y por los lirios
que aún quedan pendientes de florecer.

Busco ahora con más ahínco,
con un ansia inagotable,
como si la espuma me rebasara
los filos redondos del vaso.

Como si tuviera conmigo el mapa preciso
de un ingrávido viaje
hacia las manos en que se disuelven
las materias graves
y los tiempos perdidos.

Pero, más que nada, siento
que ya no chirría ningún engranaje.

Y que me está llegando, cierto, incesante,
un abril reluciente y enorme
desde el panorama de un mar de ojos verdes
que se divisa, ya, sobre el horizonte.

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