Debimos tomar aquel cruce,
ahora, tan lejos, ya nadie lo duda,
y continuar por el recodo estrecho
sin mirar atrás.
En las arrugas del mapa mal doblado
que aun conservo en un cajón
de la mesilla
estaba señalado el recorrido exacto,
los pasos previstos,
las paradas convenientes.
Debimos tomar el primer cruce.
Pero ocurre que siempre se nos pasa
y hay que recalcular la ruta,
y abandonarse
a la geografía retorcida del asfalto
sin pisar las rayas continuas,
y repostar
tiempo líquido y sin plomo
en lugares inhóspitos de la memoria
o en las salas solitarias de los cines.
Debimos tomar el primer cruce,
girar hacia el porvenir
por la ruta más áspera,
resistir la tormenta de polvo
y desangelarnos bajo la lluvia interior.
Debimos tomar el primer cruce,
pero siempre se nos pasa el primero
y, me temo, que también el segundo,
hasta que ya todo es mirar de lejos
y de uno en uno.
O tal vez fue mejor seguir recto,
separarnos lenta y tenazmente
del trayecto que quisiera seguir el otro
y llegar solos a destinos diferentes
que, vistos así, desde estos versos,
se parecen demasiado.
Seguramente,
debimos tomar el primer cruce.
Ahora ya solo nos queda
fabular otro viaje y otro mapa,
soñar despiertos con un nuevo cruce
que nos lleve juntos, de vuelta,
a donde nunca estuvimos.
Pero ocurre que siempre
se nos pasa el primer cruce.
Y, me temo,
que también el segundo.