Se le van cayendo sílabas a los días,
cada vez más fugaces, las palabras,
el silencio se vuelve un mar embravecido,
y sólo lo que nos falta
evita el naufragio de lo impasible.
Un niño parte hacia la vida,
impulsado por los huecos,
desear lo que no te desea,
el desencuentro tendido en el mar
que apenas dura un instante.
Es difícil renunciar a la nada,
cuando sabemos que un abrazo nos recarga.
Quizá unas alas como camino,
quizá un reflejo como espada,
tal vez una oscuridad como contorno.
Soñamos con lindes de terciopelo,
allende la ternura, para un corazón ingrávido
que va quemando siluetas
mientras entonamos la noche
sostenida de sol.
Quizá unas alas como herrumbre,
un niño parte hacia la vida
vacía de palabras, las manos turbadoras
arrancan eucaliptos en otro paisaje,
posan para otra cámara aquellos ojos.
Quizá un reflejo como noche,
quizá un paisaje como despojo,
quizá una ausencia como invierno.
El niño siempre parte hacia la vida
igual que el gris del pensamiento,
gritando a golondrinas que no vuelven.
Desear a quien no te desea,
turgentemente,
quizá una fuente como destello.
Buscar a quien nunca se encuentra,
turbulentamente,
quizá un pájaro como espejo.
Un niño parte hacia la vida
con un hombre sediento de espera,
con un viejo ardiendo
en palabras incombustibles.
Se le siguen cayendo sílabas a los días.
Quizá unas alas…