Sin más formulación indescifrable
que un destello fugaz en la oscuridad de la noche
sobrevive en nosotros la esperanza
de que las matemáticas sean para siempre:
que los diversos absurdos infinitos
no nos tiendan hacia un límite esquivo,
que las proporciones áureas de tus senos
descansen asíntotas sobre mis vértices
manteniendo el delicado equilibrio
de un álgebra de gemidos complejos.
Que la vida nos resulte sobreyectiva,
que el corazón defina una integral compacta
y que Fibonacci persiga mi piel con tus dedos.
Que el tiempo no nos proclame disjuntos,
que sean para siempre las matemáticas,
que el dos no se agote en uno más humo.