Todos los elementos disminuyen su tamaño cuando su temperatura baja. Todos, excepto el agua, que al congelarse dentro de la botella la hace estallar.
Contraintuitivo es también el procedimiento para el olvido. Pues podría parecer que, dado el objetivo, habría que diseñar una táctica concreta, con acciones específicas y contraindicaciones manifiestas, que nos condujeran al final del proceso hacia la desmemoria.
Sin embargo, me temo que no. Que realmente no hay ninguna táctica más efectiva que no hacer nada nuevo, sino seguir haciendo todo eso que ya estamos haciendo. Eso que no satisface y que nos ha empujado, casi sin darnos cuenta, hasta la tesitura de decidirse a olvidar.
Depositar palabras sin sustancia, como una especie de fe de vida, de tanto en tanto en las maquinitas del dedo gordo. Mantener la falta de entusiasmo en las respuestas vagas, invocar refranes para desactivar discusiones, hablar del tiempo y de las efemérides que salen en los telediarios como si hubiéramos coincidido en un ascensor.
Desconfiar del otro y enviar fotografías de un sólo uso. Hablar con emojis y reenviarse las palabras que nos han enviado otros y que contienen esas palabras intensas que ya no cuela que nos digamos nosotros.
Encomendar a los planetas y sus alineaciones la posibilidad de una llamada, de un encuentro, siempre y cuando no tengamos otra cosa mejor que hacer en ese momento. Ofrecernos los bordes de la pizza, los filos del mapa, las horas intempestivas de mucho calor.
No hay que hacer nada, sino lo mismo. Hacer lo mismo, sin planes, sin mucho empeño, como si rellenáramos al tuntún la primitiva que nos ha encargado otro.
Y, entre tanto, darse cuenta de que, conforme van pasando las semanas, los meses, que ya no nos encontramos nada urgente que dar ni que recibir.
Puede que a nuestra intuición le parezca raro que para conseguir algo no haya que hacer nada nuevo. Pero lo cierto es que, para que algo se muera, solo hay que dejarlo quieto.
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