Después de 3.300 kilómetros lo he visto claro.

Me he fijado intensamente. De hecho, me propuesto como objetivo modificarlo, desevaluarme y construir otro hábito.

Cuando vas conduciendo, tarde o temprano, siempre llega un momento en que toca decidir si pisar el acelerador a fondo y cambiar de carril o levantarlo y esperar mejor momento.

Yo siempre levanto el pie. No quiero molestar al que viene por el carril izquierdo, allá atrás, y me quedo detrás del camión, comiendo humo y esperando otra ocasión más clara.

Es cierto que no suele tardar demasiado en presentarse, cuando ya todos me han pasado de largo y soy el último de la retahíla. No pasa nada, tan solo se tardan algunos minutos más en llegar, no parece grave.

Pero me propuse no esperar, colarme delante del que viene flechado y que frene si tiene que frenar, reclamar mi sitio en la autovía y que sean los otros los que esperen a que yo termine la maniobra.

Lo he ido consiguiendo, es cierto, pero llegaba a los destinos agotado, con los brazos agarrotados, con las piernas entumecidas. Cuánto esfuerzo para tan poco, para ver como llega el que adelanté antes de que aparque y me baje del coche.

Ni siquiera la vanidad de haberlo conseguido, de haber ganado la carrera contra mí mismo, el orgullo de ser como quisiera ser durante un trayecto.

Demasiada tensión para un coche tan lento, demasiada sensación de estar estorbando cuando ves la fila de coches que vienen por detrás echándote las luces, demasiado pensar en las consecuencias de una mala maniobra.

No es para tanto. Todos los caminos conducen a Santiago, antes o después, y el orden de llegada no altera el jubileo. Llegar, aunque sea tarde y te hayan quitado el último aparcamiento y te tragues la rabia y la lleves por dentro.

Yo siempre levanto el pie, siempre levanto el pie y espero otra ocasión más clara. Odio estorbar y vivo despacio.

Y si tengo que esperar a que adelante toda la fila, si me quitan el aparcamiento, si no me esperan cuando levanto el pie, a tragarse la rabia y llevarla por dentro y llevarla para adentro.

Aun así, tengo claro que cuando no lo tengo claro yo siempre levanto el pie… y piso el freno.