Yo siempre soy de los otros. Mis equipos nunca ganan copas, ni ligas, ni, por supuesto, champions. En muchas ocasiones, ni siquieran mantienen la categoría o quedan los penúltimos del festival o fallan la última pregunta del concurso.

Están los que ganan una primitiva o una lotería, aquellos a los que les toca bailar con la más guapa, los que atinan de lleno sin necesidad de tirar los tejos.

Yo siempre soy de los otros, de los que pierden impenitentemente, de los que pierden a manos llenas —o mejor dicho, vacías—, de los que pierden incluso cuando no juegan.

Y es verdad que no jugamos, o eso creemos, pero no es menos cierto que los demás sí que están en el ajo y eso implica, tantas veces, que yo sea de los otros, de los que pillan las chispas colaterales que saltan del roce de la vida contra la esquina de las mesillas de noche.

Pelando el melocotón, recibí un benditoseaelseñó en el móvil. El palabro merece capítulo aparte, que ya contaré en su momento, pero, digamos, que maquilla con una voz muy agradable mensajes que generalmente son de los de siéntate para leerlos.

Efectivamente, que le dio lástima y adelantó el primer evento de la tarde; que pobre muchacha, que estaba destrozada por los nervios, que qué trabajo nos costaba. Mientras yo masticaba a velocidad de Minipimer.

No sin sentir inmediatamente en las sienes una subida de adrenalina de la mala, intentando digerir una rabia que llevo tiempo sintiendo y que hasta ahora era desconocida para mí, mientras pensaba que yo soy de los otros, con el melocotón en la boca, cogí el coche a la hora más fresquita y crucé el desierto hacia el punto de encuentro, para hacer acto de presencia con la lengua fuera.

No me pareció que estuviera tan destrozada. Ni siquiera se mostró nerviosa. Simplemente, empujó suavemente su discurso largamente aprendido y lo soltó como el que tira a la basura, cuidadosamente doblado, el envoltorio de un caramelo.

Entonces pensé lo mismo que pienso siempre: que prefiero mil veces a quienes no tienen compasión de nadie que a aquellas almas supuestamente cándidas que se apiadan de algunos sí, y de otros no.

Y no prefiero a los incompasibles porque les tenga la más mínima simpatía, no. Los prefiero porque yo siempre soy de los otros. Yo siempre soy de los otros, siempre soy de los otros, excepto para ellos.

Y algunas veces reconforta un poco, sólo un poco, no ser siempre de los otros y, mucho menos, de los de Amenábar.