Debería hablar del calor, de la calor, que es como le llamamos a esta canícula extrema que, la verdad sea dicha, para nosotros no lo es tanto.

Llama la atención que, más allá de Despeñaperros, los noticiarios se alboroten tanto con el termómetro y sus subidas. Aquí tenemos mercurio alto hasta en otoño y no ponemos el grito en el cielo.

Hacemos vida nocturna, que es cuando se puede medio respirar un poco, siestecilla a las horas malas y nos metemos en el sótano o enfrente del aparato refrescador que tengamos a mano (o, literalmente, en la mano) y le damos al botón A/C del coche en cuanto lo arrancamos.

Las percepciones del mundo son diferentes según le vengan las cosas a cada uno. Dicen, aunque es una leyenda marinera, que para las langostas del restaurante del Titanic aquel naufragio terrible fue un milagro salvador. No sé si opina lo mismo Leonardo di Caprio, aunque me imagino que también, solo que por diferentes motivos.

Dice el periódico (Granada Hoy) que un coche se ha empotrado contra la terraza de un bar y el conductor se ha dado a la fuga. Se ha dado a la fuga porque ya se había dado a la bebida, que podía haberlo hecho en el orden inverso y todos tan contentos. Y, además, —nótese el tono dramático— que iba con su hija de 6 años. Parece terrible; de hecho, lo es, naturalmente, y podría haber sido mucho peor.

Pero aunque son muchos los estragos de esta calor tan mal llevadera*, lo cierto es que gracias a ella, la única víctima del conmocionante suceso ha sido el lenguaje. Digo la única, porque en la terraza no había quien parara a esas horas, porque no se «empotraría» tanto cuando pudo darse a la fuga —que tú y yo sabemos bien lo que es empotrar, ¿no?— y porque los seguros y los cristaleros no viven del aire y alguna renta sacarán del asunto.

Eso sí, el diccionario, apaleado: El propio Cuerpo certificando —el propio, no el ajeno— que en el mismo bar —no en el de enfrente—; el conductor causante de todo —si hubieran puesto «cauzante» habrían redondeado la crónica—  que decide bajarse de su propio coche —mira que si se baja del coche de la Policia—; y que todo queda en que, al final, ha sido encauzado y que el juicio que le espera es ordinario.

Nada como la calor para empotrarse y desempotrarse del castellano, nada como el calor para chocar e huir.


(*) Que sé lo de los incendios y lo de la gente que está asfixiada, especialmente, los de siempre, los que no tienen recursos; vamos, para no saberlo, media hora de llamas en cada telediario. Pero lo que hace la calor con todo lo que arde es dificultar la extinción de los incendios. Lo que realmente los aviva son el viento y los recortes de los incompetentes que no liberaron fondos para desbrozar los montes en su momento.

Y lo que los origina, por lo menos a 98 de cada 100, es un gilipollas o un tarado (o las dos cosas a la vez), al que, curiosamente, nunca se le quema la casa, ni la moto, ni el ganado.