
Hemos aprendido tanto en tantos años, más por los tantos años que por el interés que pusimos, y, llegado un cierto momento de la vida, nos damos cuenta de que no todo aquello que aprendimos nos sirve. Es más, diría que es tan poco lo que realmente nos sirve, que hemos perdido neuronas tontamente.
De hecho son muchas las inutilidades largamente practicadas que vamos arrastrando sin apenas darnos cuenta: el rollo aquel de las raíces cuadradas (y también el de las redondas), las capitales de países que dejaron de ser o a no dejarse nada en el plato, porque pobrecitos los negritos el hambre que pasan.
En eso consiste desaprender, en revisar toda aquella información de obligado trato que establecían las autoridades incompetentes, los libros de texto de las editoriales de moda (que siguen siendo las mismas) y todos los mamarrachos con gorra (progres incluídos) que no sabían ni encontrarse el culo con las dos manos.
Me he dado cuenta de que hay que procurar, cuando menos, ponerlo todo en duda, seriamente, o mejor aún, ponerlo en duda con humor y por reducción al absurdo, que es la manera más sana de hacer la digestión de las ruedas de molino.
De modo parecido nace esta serie con la esperanza de revisar las decisiones que voy tomando, de cancelar las bajas calificaciones que le otorgo a la vida propia y lo altas que me parecen las de los demás.
Aunque ni filósofo ni humorista, tengo en la cabeza muchas tonterías. A ver si esta vez me empeño en decirlas queriendo y me las quito de encima.
¡Huy! Eso de decir queriendo, da para otro blog enterico… ¡Mal empezamos!
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