Entre las hojas de todos los libros,
como ocurre entre cuerpos que se rozan,
siempre hay más que palabras.

Llevan un tiempo adherido al papel,
como una marca de agua
que solo reconocen las memorias
que tengan doblada la misma esquina
de una página.

Las hojas de este libro,
como un otoño plantado en las cosas,
tienen el suelo repleto de comas
y puntos suspensivos,
de páginas arrugadas por el frío
y la lluvia,
de párrafos que siempre se desnudan
en camas solitarias.

Aún recuerdo
que entre las suaves hojas
de este libro
tuve una flor guardada.

Ahora la busco con el espanto
de encontrarla aplastada
entre palabras que continuan rígidas
como si se sintieran vigiladas,
ahogada en las olas
que agitan un pequeño mar de tinta
o deshecha
entre capítulos sin terminar
de una historia agridulce.

Entre las hojas de todos los libros
siempre hay una flor guardada.

Con el miedo
de haber perdido la vida escribiendo
palabras que siempre serán pasado,
abro el libro, no sé, por cualquier página,
y mientras me leo en sus versos antiguos
me invade la memoria
el aroma sutil
a piel sobresaltada.

Si, mi flor sigue aquí,
y con todas sus espinas intactas.