Que me entornes los párpados,
que me tiemble la voz y se me salga
el corazón rendido.

Que tu pecho sean gotas,
que tu espalda luche contra mis dedos,
que tu piel sea el camino.

Y cuando se nos enmarañen las piernas
alrededor de los pies fríos,
cuando nos hayamos quitado de encima
este silencio infinito,
cuando estemos tan en el centro y tan cerca
que no queramos saber
si el mundo continua existiendo ahí fuera,
más alla de nosotros mismos,

quiero que me arropes
en mitad de un suspiro,
que me cuelgues en el filo
del terremoto que me rompe,
que me abras de par en par los ojos
y detengas el tiempo en ese instante.

Para darme un sitio donde guarecerme
cuando, como ocurre ahora,
ya sea demasiado tarde y sólo pueda
buscarte entre los escombros
de una memoria que en mis manos mantiene
tu forma exacta.