Desde detrás de la puerta
has llegado intensamente tangible
en tu envoltorio de piel y saliva,
elevando la temperatura de la esquina
en la que nos abrazamos.
Confieso que he confundido
tu lengua con la mía, que la geografía
de tu pecho se ha desdoblado en mis dedos
y que he reconocido
ese silencio de bocas juntas
que se dispersa sobre mí como gotas de vida.
¡Qué pronto te acabas!
Entre tanta confusión de aliento y caricias,
el otro mundo, ese que siempre limita al norte
con un cierto rumor de muchedumbre,
me ha desvestido de ti frente al espejo
y con una ráfaga de prisa
se ha llevado tus labios hacia el futuro
que nunca llega.
Tu olor es una mentira piadosa
que expande mi agradecimiento,
tu perfume es una falsedad necesaria,
un engaño al que deberle el consuelo y la mentira
de creer en la certeza de lo vivido.
¡Pero qué pronto te acabas!
Con qué rapidez te deshaces el cuerpo
en partículas de memoria,
qué deprisa te esfumas en el aire
y, sin embargo,
cuánto me cuesta salir de tu aroma
lentamente
hacia la soledad de la tarde.
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