Solo los ojos de otro
pueden mirarme a los ojos
como yo miro de frente en la foto.

Solo los labios de otro
pueden ponerme un nombre propio
que se vuelve compartido
y prestarme unos apellidos
que tendré que devolver.

Solo el calendario de otros
puede parirme una fecha
y solo el nombre de otros
puede definirme un domicilio.

Solo el número de los otros
puede decidir mis dígitos.

Sólo los dedos de los otros
necesitan la huella de los míos.

Y con todo esto que me es ajeno,
no sé si regalo, cárcel o castigo,
los otros fabrican un rectángulo
que nunca he sido yo.

Cada vez que aparece en la cartera
o en el bolsillo de un pantalón
me pregunto lo mismo:
¿Habrá algo de mí afuera,
en este mundo,
algo que sea solo mío,
que no le deba a nadie,
que nadie haya tenido el gusto
o la obligación de asignarme?