Estrenar un camino es muy difícil.

¡Cuántas huellas no tienen la vereda,
todos los peldaños, cada baldosa,
el umbral!

Qué esfuerzo de subir
aferrado a la máquina,
desorbitado el pálpito,
para más tarde bajarse del miedo
y resbalar sin gloria
en el barro.

Abrir un ramal nuevo
no resulta nada sencillo. Allá,
sea cual sea el territorio
al que te lleven tus piernas tenaces,
ya antes hubo trincheras
y todo un tropel de seres humanos
piso la sombra estéril
de los pájaros.

Sólo nos queda seguir el sendero
que otros miles de pasos ensancharon,
acomodarse con los caminantes
y esperar
un turno propicio en el desfile.

Estamos atrapados
en las huellas del mundo
porque cada piedra, cada camino,
cada mota de polvo en cada vida,
cada palabra que dijiste al oído,
ya la habían pisoteado otros.

Y, sin embargo, enredado en vestigios,
perdido entre veredas
trazadas hace ahora mucho tiempo,
asustado de aquellos precipicios
por los que ya alguna vez
nos hemos despeñado,
la luna me parpadeó con tus ojos
y entonces hielo, copos, la tormenta,
esta nieve que recubre las huellas
y este camino que ahora recorro
como si fuese la primera vez.

Aunque no se me olvida
que tarde o temprano posiblemente
la nieve se derrita
y el camino se llene
de veredas viejas, ya recorridas.

Fleur d’ennui no. 6

Lo que realmente me gustaría es volar,
sentirme sin peso sobre un mar abierto
desvaneciéndome con suavidad en el azul.

Tal vez sola, tal vez con un chico
cuyo cabello revolotea en el viento,
que conozco bien.

Tal vez cambiándonos de color
a crema o durazno blanco
o el color de la ciudad
temprano en la mañana.

Tal vez una gaviota
se deslice cerca, sin peso como yo.

Si lo hace, flotaré en esa dirección
para decirle lo mucho que admiro
la ligereza de sus huesos.

(Jessica Sequeira)