Del estrépito de atascos y sirenas
a las calles engalanadas,
de las uvas de la suerte
hasta un escombro masacrado de Siria,
de los nombres amados, marcados a fuego
en calendarios impasibles
ante el dolor de los huesos,
hacia la lotería sin calvo
como último reducto de la esperanza.

De la rapiña legalizada y elegante,
de la cotización del langostino tigre
en los supermercados de moda,
del viernes negro, de los lunes raros,
de las tardes de villancicos
que murmuran mantras
en el hilo musical
de las grandes superficies
inhabitables,
hacia los reyes magos electrónicos
y las felicitaciones por Whatsapp
como último reducto de la ternura.

De la lista ordenada y reincidente
de todos mis delitos cometidos,
de cada punto final que sólo puede
embellecerse con viejas letras,
de esta soledad menos esperanzada
que la infinita ausencia anterior,
hasta el perro de esta máquina de teclas
que solo sabe ladrarme tus ojos de plasma
como último reducto del corazón.

Yo sé que la vida, igual que el espectáculo,
siempre debe continuar
aunque habitemos tiempos lánguidos y correosos,
aunque el deterioro nos acobarde el espíritu,
aunque hace ya mucho que aprendimos a verle
los huesos desnudos a la noche.

Debe continuar la vida entre neones
aunque nos caiga otra vez encima
esta feroz navidad de cada año,
cuando todos nos empeñamos
en desearnos mutuamente
todo aquello que luego
nunca sucede
o que sólo sucede
cuando dejamos de desearlo.