Atacará intensamente
con sus luces de colores y sus frases hechas.
Tragaremos un exceso de barbudos
y habremos de atravesar un bosque infinito
de abetos humillados.

Tendremos que soportar
la soberbia de los petardos,
el fin del mundo envuelto en villancicos
y la agonía de las colas interminables
de autovías y supermercados.

No habrá más remedio
que poner buena cara
cuando nos feliciten a traición
esos cuyo nombre no recordamos.

Pero hay que consolarse sabiendo
que, por duras que sean,
no hay navidad ni nochevieja ni cabalgata,
que puedan detener la cuesta de enero.

Así que no pasa nada
si en un momento de debilidad
o de descuido,
caemos en la tentación de usar
el nombre de la felicidad en vano
o brindamos crédulamente mientras sonreímos
o nos abrazamos al vecino de asiento
con inusitada confianza.

Tengamos paciencia con su entusiasmo aprendido
y que tengan paciencia
con nuestra vehemente amargura,
que ya va quedando menos calendario
para vibrar o quejarse.

Tengamos paciencia porque,
a pesar de todo, afortunadamente,
más allá de los resúmenes del año
y de los programas con brindis,
la vida seguirá igual de turbia
para los de siempre.