Hablar a oscuras por la luz partida,
recreando una mezcla
de afecto y angustia que nos va acercando
lentamente
sobre un beso.
Permanecer atentos
cuando el verbo corroer se amortigua
sobre la pulcritud
de una pregunta que nadie nos hace.
Entonces, escrutar
el rumor que genera cada idea
discutible,
combatir el fragor
de los gestos idénticos
con señas inequívocas
elaboradamente descuidadas
hasta parecer un acto de amor
suspendido en el tiempo.
Fracturar esta pasión encogida
que me carcome, adoptar un enfoque
indolente,
desafiar al éxito ingenuamente
sin adorarlo en primera persona.
Y, en contra del instinto
de creer que uno siempre sabe cómo es,
amortiguar las dudas, su destello,
con agradecimiento
o contra una disculpa,
recomponerse en los labios del otro
y viajar con las manos
sobre un vientre doméstico.
Quisiera cambiar este poema inquieto
por una conversación lenta, larga,
plácida y sin sentido,
cuando los cuerpos olvidan su peso
y las lenguas pierden el final de cada frase,
que se difumina bajo unas sábanas mudas
con aspecto de mecánico cansado.
Pero nunca sé por dónde empezarla.
DE VISITA
Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.Márchate silenciosa,
suavemente.Entre sus moradores, alguien crece
para quien defendiste la techumbre,
los muros y los altos ventanales
donde la luz cernida comparece
cada nueva mañana.Es la costumbre:
Permanecer no entraba en el contrato
y es preciso partir
(de todos modos,
no pensabas quedarte mucho rato).(Jon Juaristi, Diario de un poeta recién cansado, 1985)
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