No sé si por los madrugones o por el cansancio, creo que empecé a soñar.
Todas me decían lo mismo, que era lo mejor, que había autores que lo atestiguaban, que el mejor modo estaba claro y que, sin ninguna duda, tenía que ser global y, sobre todo, formativa.
No sé si soñaba dormido o despierto pero el caso es que, en determinado instante, una frase me sacó de golpe y me trajo al mundo. Ella dijo que «toda evaluación se realiza en dos momentos: inicial, continua y final«.
Caí en la cuenta entonces, más allá del lapsus que los nervios pusieron en boca de la joven aquella, que no estaba soñando ni dormido ni despierto. Lo que estaba haciendo era recordar: recordar vivamente, como si regurgitara emociones o me las reinventara instantáneamente, como si vivir fuera ir recordando con una pequeña antelación.
Y tuve que, primero sonreír por la frase, para luego fruncir el ceño cuando tuve que darle toda la razón que tenía aquella joven desconocida de tatuajes en la espalda. Que sólo se ama en dos momentos: antes del hola y después del adiós.
Lo que hacemos entre uno y otro, siempre es otra cosa; posiblemente, algo parecido a una canción. Y habría que inventar la palabra precisa, una palabra que fuese continua, global y formativa, naturalmente, y que, luego, muchos autores la refrendaran.

A los blogs les pasa lo mismo. Empiezas sin lo que escribes y los terminas sin saber que han entendido las personas que han pasado por ellos. Así que no sé si esto que acabo de empezar es otra carta de amor o de desamor… O no.