Desde el trastero de una casa rota
se ve lo leve que es el desacuerdo
entre olvidar y recordar sin gana.
Porque entonces se entiende
el tránsito sutil y doloroso
que troca en trastos viejos
lo que antes nos parecieron tesoros.
Hay un cajón, un desván,
algún sótano,
en donde amontonamos ferozmente
las filas silenciosas
de nuestro ejercito mudo de estorbos.
Cómo podría saber
empolvado en el trastero de quién
tiembla mi recuerdo
-quiero decir, mi olvido-
esperando sin fin
a que unas manos serenas,
una tarde gris de primavera,
le levanten el castigo.
Con el último cacharro rescatado de la estantería,
subiendo las escaleras del patio
que terminan bajo el celindo
florecido y oloroso,
con la noche palpitando en las esquinas,
mi último escalón fue el desconsuelo
de recordar tus ojos
cuando te enredabas en mi pelo
y me llamabas, en voz baja,
”mi tesoro”.