Ando buscando luz en la que bañarte,
acércate a la ventana, destensa
el pasado,
pierde la vista en aquel horizonte.

Quieta, así, calma, quiero capturar
en el poema
ese brillo que contienen tus ojos
cuando me dices lo que no me dices,
cuando después vas y lo niegas todo.

Relaja más las manos,
como cuando acaricias,
desabrocha un botón,
deja que el corazón
se te adivine por el borde de la camisa,
humedece los labios.

Quieta, así, gira un poco la esperanza
pero manteniendo quietos los hombros,
baila mientras te miro,
detén el reloj, sonríe
como cuando iluminas el centro de una tarde,
muéstrame un poco más del cuello que espera un beso,
entorna la distancia, que no duela,
cruza un poco las piernas,
destápate los miedos.

Quieta, así, no te muevas,
que estoy intentando pintarte en un poema,
busco la mezcla exacta de palabras
que rime con la urdimbre de tu piel,
ando detrás del color que te imprime la risa
sobre un fondo de otoño.

Eso es, eso, así, quieta.

Por favor, ahora no muevas el corazón,
deja que te pinte así en este poema,
como si tú me quisieras al leerlo,
como si, al escribirlo,
también te quisiera yo.

Posees el gozo de su risa
pero debes saber que partirá.

Te inunda su alegría
te ilumina su rotunda carcajada
con una luz muy dulce,
pero no ignores que se irá.

Ella fluye,
ella es un líquido que detesta estancarse
ella es un pájaro que anida y emigra,
ella se irá.

Ella se irá y te dejará una marca de amor
que solamente curarás con su regreso efímero.

Entonces la verás de paso
y será como tropezar con el sol de la mañana
descubrir de nuevo su alegría,
nadar en ella
plácido
hasta un próximo encuentro inesperado.

(Darío Jaramillo Agudelo, Libros de poemas, 2001)