Supongo que a mis maestros les debo
las primeras letras aprendidas,
como debo a mis padres y abuelos
las primeras palabras,
que luego he ido olvidando poco a poco,
y los primeros pasos,
que después he ido torciendo
yo solo.
A mis hijos les adeudo, también,
las primeras palabras,
que he ido recordando poco a poco,
y los primeros pasos,
que he ido enderezando
con su ayuda.
Le debo al primer amor, supongo
-y digo que supongo
porque cada uno que vino
fue siempre el primero-,
este punto de explosión en el pecho
que algunas veces me redime
de mantener la vida intacta.
A los amigos también les debo
todas las otras redenciones
y unos cuantos cubatas
de esos que desanudan
la soga del cuello.
La mirada perdida es lo que adeudo
a multitud de poetas que admiro
-algunos de lo cuales incluso cantan.
A mis congéneres les agradezco
que no me hayan dejado ser demasiado distinto,
a las mujeres, que no me vean feo,
a los vecinos, les debo mi gusto por el silencio
y su empeño en que siempre se debe seguir
un estricto horario
para sacar correctamente la basura.
A los sacerdotes les debo la fe en mí mismo
y los monjes mi gusto por el gregoriano.
A los sicólogos, que me hayan hecho el honor
de poner todos mis complejos en sus libros.
Debo a los ordenadores la extinción total
de mi caligrafía y esta sequedad continua de los ojos.
Debo, a quienes me leen, una impenitente
adicción a mirar por si hay comentarios.
A Mark Knopfler y a Paco de Lucía
tengo que agradecerles
su teoría de las cuerdas del universo,
y a José Luis Cuerda, que amanezca siempre
por el lado correcto.
Debo, en fin, a cientos de personas,
cientos de pensamientos, habilidades, noticias,
risotadas o sonrisas, compras con tarjeta,
malabares del corazón, complicidades técnicas
y un puñado de anécdotas que algún día contaré.
En cambio, a ti no te debo nada.
Porque sí,
es cierto que me has enseñado a escribir
cuando no puedo hacerte el boca a boca.
Por eso,
con este poema,
ahora que lo escribo,
ahora que lo lees,
respiramos,
y por fin juntos
estamos en paz.
AHORA
Porque ahora paso mi mano sobe el envés de las hojas y sé leer su alfabeto
y si cierro los ojos oigo correr un río y es tu voz que despiertaporque mi cuerpo comienza ahora en ti y acaba más allá de la lluvia
donde alcanzan tus brazos y el miedo acuartelado no vigilay sé llamar las cosas
de modo que éstas salten se desnuden
y todo sea reciente
para mis ojos que aman en tus ojosporque en mi llanto crecen blandas plantas carnívoras
y mi sangre palpita como una iguana abiertaporque ahora mi cuerpo recupera sus partes
y nace una piel nueva que derrota el veranoporque me has enseñado a respirar.
(Piedad Bonnett)
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