Porque las horas corrientes también
son mi vida,
porque las rutinas hacen doméstico
nuestro tiempo
y lo miden con nuestra talla, porque
todo lo repetido
pesa profundamente sobre los corazones,
quiero mantener a salvo de este año
que termina
esas horas comunes,
que son comunes a las de otras vidas.

Los minutos en que me inventaba
esas palabras que decirte al oído,
las horas en las que alguien imagina
encuentros fugaces, el ordinario momento
de fregar una sola copa y hacer una cama
revuelta solo por el lado izquierdo.

El tránsito inútil por escaleras
que siempre llevan a los mismos sitios,
el tiempo de los atascos, las colas
en la caja de los supermercados,
las conversaciones conmigo mismo
sobre asuntos que ahora
ya ni siquiera importan.

Pareciera
que, en esta vida, aquello
que no quema
es que no está encendido,
que lo que no brilla por un instante
no tiene luz. Puede que sea verdad
y que vivir sea ir perdiendo destellos
por entre la inmensidad de lo oscuro.

Pero yo espero todas esas horas
comunes y corrientes
del año que viene con la alegría
de quien reconoce algunos milagros
cotidianos.

Porque lo extraordinario
no es eso que nos pasa,
sino quienes toman como prestado
un instante casual de nuestra vida
y con su brillo propio nos lo rozan.

Transforman lo fugaz en permanente
y nosotros construimos
con ese momento cualquiera
necesaria memoria embellecida.