Para cada dolor una pastilla.

Hay dolores azules
y pesadumbres blancas,
molestias comprimidas de colores,
sinsabores redondos
o angustias alargadas.

Pero no todas valen para todo.

Ni nos quitan el miedo
a tener que tomarlas,
ni aplazan el firme paso del tiempo,
ni restituyen nuestros sueños rotos.

En la mesilla guardo
los antinflamatorios.

Aunque algunas veces cuando me llegan
esas noches terribles
en que la memoria me duele por todo el cuerpo,
no me sirven, tampoco.

Acecha dentro de cada pastilla
un dolor venidero
que nunca sabemos si será el último.

Ojalá yo supiera
escribir endorfinas en un poema,
llenarlo de triptófano,
para tomárselo tres veces al día.