De todos los allí devorados por el tiempo
en los que alguna vez estuve vivo,
ahora me siento al otro lado.
Los voy mirando despacio, tranquilo,
enfrentándome al salto,
acusando el vacío agudo y pequeño,
este ciclón del vértigo
de solo haber vivido
aquello que consigo revivir.
Como el niño despojado a punta de reloj
de la tarde de juegos en el parque
que ve, por un instante,
a través de la ventana de casa,
el bullir de otros niños
que continuan jugando como si él
no hubiera estado nunca,
lánguidamente entiendo
que recordar es hacer un recuento
de todo lo perdí sin remisión.
Soy aquello que se me ha ido,
la empedernida colección de nadas
que tengo esparcida por los cajones,
la ambigua retahíla
de todo eso que recuerdo que fui
y que es mentira.
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