Sé que es tu letra
por la prisa que se adivina en las jotas,
por la minúscula raya que antecede
a las verduras,
por el uno sin nariz de las docenas
entre latas, congelados, carnes magras,
tomate frito,
hortalizas, arroz bomba, mantequilla,
cartones de leche semidesnatada,
las judías verdes
y el chocolate más negro que se encuentre.
Como item último,
el artículo final, la nota tierna,
palabras que debió llevarse el expolio
de una mudanza
o de alguna limpieza de los cajones,
escribiste «No tardes amor, te quiero».
Y me arrepiento
de dejarme las listas en la encimera,
de querer llenar carritos de memoria,
de tener siempre
la cabeza más allá de Mercadona
y comprar con impulso descontrolado
cosas inútiles,
olvidando reponer algunas cosas
lo esencial, lo profundo, lo necesario.
Si me hubiese llevado tu lista a tiempo
tal vez hubiese podido completarla
y el renglón último
quizás no habría sido un último renglón
de todo lo que tengo que convencerme
que ya no importa.
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