Se veían las luces a través del hueco
que liberaban las copas de los árboles.

El frío era un perro lamiendo
las manos de la intemperie
cuando acercó su cuerpo al mío
por la espalda. Los colores eran manchas,
el calor era un silencio.

Se veían las luces a través del hueco
mientras planeaba en mi hombro su mano brújula.

El mundo emitió un tambaleo
y la rosa de los vientos
se aposentó en mi mejilla.

Con su calor desplegándose
fue cambiando el equilibrio de las cosas.

Los colores como rayas
y el reloj quiso quitarse los tacones
para continuar andando de puntillas.

Se veían las luces a través del hueco
y me habló al oído, como cuando el viento
te susurra mientras fuma tu cigarro.

Deshojó la perspectiva del pasado,
el espesor de cada punto de brillo,
la acuarela de su corazón pasado.

El calor se hizo un ovillo,
los colores disiparon el paisaje
y lentamente, su voz,
fue derritiendo el silencio.

«Ya puedes abrir los ojos»,
me dijo otorgando un mordisco pausado,
como una mano enredándose
después entre los cabellos.

Y entonces, ojos abiertos al paisaje,
se veían las luces a través del hueco
que liberaban las copas de sus pechos.

Y yo era un perro lamiendo
la intemperie de sus manos,
su espalda engulló mi tronco,
las manchas eran colores
y el silencio fue calor.