La tarde está tendida en el sofá.
Como en un letargo
de persianas que se entornan pálidamente,
el tiempo de la realidad
se queda mirándome con expresión dura.
Sólo me deja ir sintiendo
esta soledad que me envuelve entre dos sombras
y a la que me voy acostumbrando poco a poco,
como se acostumbran los ojos del actor
a que se apaguen los focos del escenario,
a este hábito de llevarse a casa
un último fotograma de otra tarde también tendida,
cuando las persianas se entornaron dulces
y el tiempo te tapo los ojos.
La tarde muere tendida en el sofá
mientras la noche se prepara para caer,
rendida y solitaria,
filtrándose por entre antiguos fotogramas
de esa película sobre la que tantas veces hemos hablado
desde estas bambalinas de la vida,
que ahora me parece mentira que nunca
la hayamos visto juntos y abrazados.
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