Bien es cierto que las sábanas
nunca nos guardaron sitio.
Hubo que arrebatárselo a fuerza de mapas,
contra el horario de los turnos,
saltando por encima de la fiebre
y atropellando los fines de semana.
En ellas no queda rastro escrito
de encuentros mecánicos de pijama.
Roces comedidos y mudos
entre seres habitantes de un mundo sin deseo
en el que ofrecen sus cuerpos como dádivas.
Y todo cansa. El frío, el silencio,
los cuerpos que se giran en las sábanas
con las vueltas del insomnio
sin emitir los sonidos del deseo
ni levantar la piel en ascuas.
Sé que ha llegado el fin por el perfume
del lado derecho de la cama,
en el que tantas veces durmió tu cabeza,
cuando me restriego contra la almohada
y sólo encuentro un aroma lúgubre
a suavizante con jabón de Marsella.
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