Pérdoname que siempre llegue tarde,
pero es que mí todo me llega tarde.

Por más prisa que me doy en alcanzarte,
aunque adelante el reloj y me coma
todas las curvas de la carretera,
cuando al fin te tengo a tiro de piedra,
tú llegaste mucho antes, sin demora,
sentada allí hace un tiempo incalculable.

Es la gran estafa de los adverbios.

No puedo salir de aquí, estoy atrapado;
allá donde vaya, siempre me llevo.

Pero tú, sin embargo,
por milimétrico que sea el espacio
desde donde nos vemos,
aunque te muevas suave y muy despacio,
permaneces allí, luego, a lo lejos.

No puedes estarte quieta, lo sé,
los días en tu cabeza siempre bullen
cruzando ls semanas hasta el viernes,
aprovechando el tiempo que no tienes.

Y yo quieto, tan callado, tan lunes.

Para eso necesito
el horizonte, la utopía, a ti.

Para saber completamente a tiempo
a donde llego tarde.

Te llegaré tarde, ya lo sé, es cierto.

Y también es cierto que tú lo sabes.

Pero tal vez no sabes
que mi amor es urgente,
que te quiero temprano,
pronto, ahora,
en este acto.