Llega a borbotones desde lo lejos.

La verbena, al nacer,
una jauría de perros
ascendiendo por las calles del pueblo,
picando como un enjambre de abejas.

En la cima de la cuesta se amansa,
las notas de la canción del verano
son moscas que pululan en el aire.

Los coches, al atravesar la luna,
las entrecortan, en tanto que el viento,
peinando la montaña,
las dobla en mi oído con un eco raro,
como si llegasen desde un pasado
que no ha ocurrido nunca.

Al final entran por una ventana
ordenadas y tenues,
como leve hilera de mariposas.

El silencio es, entonces,
un rumor de palabras
que se va tarareando
despacito.