Está la familia que come arroz con bogavante a las 6 de la tarde y el niño que se enfada porque se está nublando el cielo y no le van a dejar bañarse, en tanto el grupo que conversa cerca de la barandilla comenta lo seco que está siendo este año.
El hombre que pide dinero y justicia, al sol, vestido de minero, con una pancarta inmensa, cuando pasa por delante un desfile de lamborghinis conducidos por hombres mayores repletos de canas.
El camarero que rezonga mientras devuelve un plato a la cocina se cruza con la mujer que va debajo del burka cuando, por el estrecho pasillo que dejan las mesas en la acera, un peregrino vestido de invierno se para para encender un pito que anuncia maría en cuanto se prende.
Pasan los jóvenes comiendo helado por detrás de la pareja mayor que busca asiento para descansar, en tanto cruzan a paso ligero, por delante de una Harley, dos hombres negros con rastas cogidos de la mano.
Una pareja, de mi edad, supongo, se come unos bocadillos sentados en su coche, aparcado en el último sitio permitido del paseo, mirando como pasa por el mar una retahíla ordenada de motos acuáticas, que ondean la superficie lisa del agua hasta la marejada.
En bicicletas cargadas de bultos, pasan dos jóvenes muy rubias y se paran delante de un cajero automático del que acaba de salir una chica menuda, rapada estrepitosamente y llena de tatuajes verdosos que cubren todas las partes visibles de su cuerpo, que no son pocas.
Una mayor, la otra mucho más joven, van por el acantilado haciéndose fotos, intercalando besos entre pose y pose, mientras la familia que degusta un gran pez cocinado al horno, comenta las casas tan grandes que se hacen los andaluces que cobran el PER sin tener que dar ni golpe.
Se me hace uno de esos nudos repentinos, que el médico califica de nerviosos, y tengo que sentarme en un banco, al lado de la abuela que habla a voces por el móvil, sobre no se sabe qué asunto de una herencia.
Todos los mundos están en este, pero apenas se rozan, viven disjuntos unos de otros, como un puzle dentro de la caja. Todos los mundos, todos, están en éste, pero yo no estoy en ninguno.
Yo no estoy en ninguno, afuera de todas partes, incluso ando por el borde del mío propio sin ser capaz de volver a entrar.
No se puede vivir dejando todas las vidas intactas. Hay que escribir y ser escrito, hay que borrar y ser borrado. Hay que querer y ser querido, hay que herir y ser herido, hay que rechazar y ser rechazado.
El mundo, todos los mundos, están llenos de cicatrices. Y hay que vivir en ellas.
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