Tú me preguntaste que si en eso era
en lo que se notaba
la edad, que nos vamos haciendo viejos.
Y me pareció bien estar de acuerdo.
Que el cuerpo responda tan lentamente
a la tensión de las pieles, que empiecen
a aparecer nuestros excesos hechos
arruga o estría,
que todo duela con más mansedumbre,
que venga la acidez de lo perdido.
Que el pasado pese más que el futuro,
que cada instante se parezca mucho
a un pellizco lejano.
O que nos llamen de usted por la calle.
Parece que ya hubiera sucedido todo,
como si aquello que puede marcarnos
no tuviera sitio para ocurrir
y aquel beso no pudiera ser éste,
ni aquella chica la que ahora deja
caer su cabeza sobre nuestro pecho,
ni este deseo lo urgente que fue aquel.
Tanto tiempo hace de eso
que nos hizo estremecer que ya estorba
desecho el hervor, extinta la chispa,
amansada la fiera,
como si no tuviéramos edad
de negociar latidos
con fecha de vencimiento a la vista.
Recuerdo (y en eso se nota la edad,
parece) que cuando viví aquel tiempo
no tenía la conciencia
de estar estrellando una vida contra
el reloj desbocado.
Nada especial, nada, y, sin embargo,
lo recuerdo (y la edad se nota en eso,
parece) como un disparo concreto
en el centro del blanco.
Pero ahora sí sé que vivo todo
en el momento exacto.
Sé que esta brisa que apenas me roza,
será vendaval en la memoria.
Me preguntaste que si en eso era
en lo que se notaba la edad
y que nos vamos haciendo viejos.
Pero, después de haberlo pensado,
creo que ya no estoy nada de acuerdo.
En lo que me noto el paso del tiempo
no es en el deterioro de los cuerpos,
sino en este ir perdiendo la inconsciencia,
que era el mejor de todos los regalos
donados por la vida.
Mejor regalo que todos los sueños,
mejor regalo que aquella esperanza,
mejor regalo, incluso, que el regalo
del amor.
Deja una respuesta