Entreabriendo los ojos
como si se despertara de un sueño,
la cabeza vencida
hacia el peso de la imaginación,
rozó apenas mi cuello con las manos
para atraerme otra vez hacia su boca.
Con sólo medio paso
imprimió por el aire su fragancia.
Giró su cabeza, como siempre hace,
hasta el ángulo justo que despierta
puro temblor de deseo en mi mentón.
Dejó que latiese su corazón
tres veces sucesivas
mientras, muy lentamente,
posó la mariposa de sus labios
en el espacio abierto
que le ofrecieron los míos.
Cerró los ojos, como abandonándose,
cayendo suavemente
hacia un mundo de luces apagadas.
Y en ese preciso instante
de tanta oscuridad y resplandor,
cuando el silencio exterior se traduce
en un tumulto de sangres que laten
y lenguas que se enredan,
en ese instante mismo
percibí el mismo efecto,
la réplica de su piel cristalina,
idéntico sabor,
la misma saliva, el mismo pellizco
de la felicidad.
Porque, efectivamente,
aquel pedazo de amor condensado,
su maravilloso beso artesano,
era copia fiel del original.
Lo cual certifico para que conste,
salvo error u omisión involuntaria,
a los efectos oportunos.
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