De repente todo oscila, se bambolea el tiempo
-que a veces tarda tanto y a veces dura tan poco-,
el corazón vacila, se parte en un vocablo
y se queda suspenso en un latido.

Se tambalean los recuerdos al borde de la memoria,
el futuro desconfía de sí mismo y el presente se esfuma
como una sombra familiar que se persigue
-también suele ser frecuente que las estrellas titilen,
aunque no está documentado que suceda siempre-.

Se camina tanteando los pasos, como si se anduviese a oscuras
-¿dónde estará la luz de este pasillo del porvenir?-
trastabillando entre pies y dudas,
mientras se recorre el laberinto que antes no estaba.

Y después, nada y todo,
pérdidas y ganancias,
humo de niebla, éter derretido, zumo de espuma,
palabras, palabras, palabras,
que se repiten incansablemente,
interrumpidas sólo para que se consuma
la preferencia mutua de las bocas.

Cuando se nos sale de los labios la palabra amor,
todo está dicho y, sin embargo,
todo
queda por decir, con esos mismos labios,
desde ese mismo corazón.

Sigue en mí, hazme y deshazme, retenme otro rato,
no me dejes salir vivo de esta perplejidad.

O tiembla tú, también perpleja,
para sincronizar nuestros escalofríos y la adolescencia,
que aún nos queda todo por decir, amor,
ese mismo todo que siempre está dicho
y que ya sabes.