Poemas anversos (Página 3 de 6)

Un pequeño juego de palabras entre español e inglés (poems and verses) da título a este espacio en el que exploro nuevas fórmulas expresivas. Sobre temas diversos y no relacionados entre sí, este es mi sitio para experimentar. Hay borradores, versiones diferentes y puros apuntes sobre los que más adelante gestar nuevos poemas. Es lo que tienen las trastiendas: trastos llenos de polvo, estanterías inexplicables y, quién sabe, algún tesoro.

Sábanas

Bien es cierto que las sábanas
nunca nos guardaron sitio.

Hubo que arrebatárselo a fuerza de mapas,
contra el horario de los turnos,
saltando por encima de la fiebre
y atropellando los fines de semana.

En ellas no queda rastro escrito
de encuentros mecánicos de pijama.

Roces comedidos y mudos
entre seres habitantes de un mundo sin deseo
en el que ofrecen sus cuerpos como dádivas.

Y todo cansa. El frío, el silencio,
los cuerpos que se giran en las sábanas
con las vueltas del insomnio
sin emitir los sonidos del deseo
ni levantar la piel en ascuas.

Sé que ha llegado el fin por el perfume
del lado derecho de la cama,
en el que tantas veces durmió tu cabeza,
cuando me restriego contra la almohada
y sólo encuentro un aroma lúgubre
a suavizante con jabón de Marsella.

Presentimiento

Presiento una primavera rellena
con anchos campos de trigo.

Con mares que despiertan del letargo
moviéndose lentamente,
como mecidos por vientos
que han tardado en volver.

Tengo pálpitos consecutivos
que me anuncian selvas fosforescentes,
árboles recién nacidos y frescos,
sangre perturbada por la menta y por los lirios
que aún quedan pendientes de florecer.

Busco ahora con más ahínco,
con un ansia inagotable,
como si la espuma me rebasara
los filos redondos del vaso.

Como si tuviera conmigo el mapa preciso
de un ingrávido viaje
hacia las manos en que se disuelven
las materias graves
y los tiempos perdidos.

Pero, más que nada, siento
que ya no chirría ningún engranaje.

Y que me está llegando, cierto, incesante,
un abril reluciente y enorme
desde el panorama de un mar de ojos verdes
que se divisa, ya, sobre el horizonte.

Venganza

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Esta piel que define mi silueta

ha sido fiel compañera a lo largo

de tantos días de tiempo espumoso.

Lienzo y pluma

de esta corta aventura

en la que reconozco

huellas y cicatrices,

esta piel, que ha definido mi vida,

desde un tiempo a esta parte

solo es ropa prestada.

Dejó poco a poco de ser mi cómplice

traicionándome,

alejándome del mundo a milímetros,

lanzándome una colección de arrugas

asimétricas.

Crece su crueldad, noto

que reacciona furiosa

con enrojecimientos diferentes,

alterando el mapa de mis lunares

por el de un pergamino tenebroso,

amoratando marcas de una lluvia

que me salpica entero.

Ha saboteado el remolino eléctrico

y me lanza picores imposibles

sobre esos lugares a los que ya

no alcanza mi esqueleto.

Arrasa, armada de un corcho impasible,

la seda que aún contienen tus cabellos,

la calidez tierna de tus mejillas

y el terciopelo firme de tus senos.

Por mucho que lo intento

no acierto a recordar la ofensa que hice

para ahora ser su peor enemigo.

Sospechaba en los otros lo que hoy sé

por mí mismo:

que la piel no perdona,;div,4;

Usar el nombre de la felicidad

Atacará intensamente
con sus luces de colores y sus frases hechas.
Tragaremos un exceso de barbudos
y habremos de atravesar un bosque infinito
de abetos humillados.

Tendremos que soportar
la soberbia de los petardos,
el fin del mundo envuelto en villancicos
y la agonía de las colas interminables
de autovías y supermercados.

No habrá más remedio
que poner buena cara
cuando nos feliciten a traición
esos cuyo nombre no recordamos.

Pero hay que consolarse sabiendo
que, por duras que sean,
no hay navidad ni nochevieja ni cabalgata,
que puedan detener la cuesta de enero.

Así que no pasa nada
si en un momento de debilidad
o de descuido,
caemos en la tentación de usar
el nombre de la felicidad en vano
o brindamos crédulamente mientras sonreímos
o nos abrazamos al vecino de asiento
con inusitada confianza.

Tengamos paciencia con su entusiasmo aprendido
y que tengan paciencia
con nuestra vehemente amargura,
que ya va quedando menos calendario
para vibrar o quejarse.

Tengamos paciencia porque,
a pesar de todo, afortunadamente,
más allá de los resúmenes del año
y de los programas con brindis,
la vida seguirá igual de turbia
para los de siempre.

Horas corrientes

Porque las horas corrientes también
son mi vida,
porque las rutinas hacen doméstico
nuestro tiempo
y lo miden con nuestra talla, porque
todo lo repetido
pesa profundamente sobre los corazones,
quiero mantener a salvo de este año
que termina
esas horas comunes,
que son comunes a las de otras vidas.

Los minutos en que me inventaba
esas palabras que decirte al oído,
las horas en las que alguien imagina
encuentros fugaces, el ordinario momento
de fregar una sola copa y hacer una cama
revuelta solo por el lado izquierdo.

El tránsito inútil por escaleras
que siempre llevan a los mismos sitios,
el tiempo de los atascos, las colas
en la caja de los supermercados,
las conversaciones conmigo mismo
sobre asuntos que ahora
ya ni siquiera importan.

Pareciera
que, en esta vida, aquello
que no quema
es que no está encendido,
que lo que no brilla por un instante
no tiene luz. Puede que sea verdad
y que vivir sea ir perdiendo destellos
por entre la inmensidad de lo oscuro.

Pero yo espero todas esas horas
comunes y corrientes
del año que viene con la alegría
de quien reconoce algunos milagros
cotidianos.

Porque lo extraordinario
no es eso que nos pasa,
sino quienes toman como prestado
un instante casual de nuestra vida
y con su brillo propio nos lo rozan.

Transforman lo fugaz en permanente
y nosotros construimos
con ese momento cualquiera
necesaria memoria embellecida.

Tres minutos de frío

A algunas tardes les pido,
como a todos los veranos del universo,
que me traigan tres minutos de frío.

Que el corazón se me aparte
sobre la encimera de la cocina
mientras estoy fregando los platos,
que la garganta me pique al pensar
ciertas palabras que se vuelven humo y ceniza,
que las rodillas no aguanten
el peso de la desolación descarnada
y me lleven al suelo por la gravedad.

Y luego, tres minutos después,
a volver a saltar como si hubiera salido indemne,
como si los sueños fuesen lo único verdadero.
Luego repetir los mismos pasos
a oscuras en el túnel abriendo las manos
ante la sombra del desequilibrio venidero,
agazapado en la oscuridad.
Y más tarde luz y taquígrafos
y un suave folio blanco en el que envolver
el instante que ya solo es
memoria del rencor hacia la vida.

Pero tres minutos de frío necesito,
sólo tres, nada más. Porque para apreciar
el calor cotidiano de un cuerpo tibio
extendido horizontalmente sobre las mismas sábanas
que yo arrugo bajo mi insomnio,
hace falta ser capaz de derretir
tres minutos de frío.

Nada grave

Apenas un corte, nada grave,
el dedo que se raya con un folio,
los labios resecos,
el pinchazo de una espina,
el roce de un cuchillo por las yemas,
la picadura de un mosquito,
una pestaña en el ojo,
una sequedad en la boca.

Apenas nada grave
es lo que pasa entre nosotros,
pero me duelen las manos
al acariciarte,
me escuecen los labios
en tu boca
y me cuesta abrazarte.

Nada grave, excepto
esta dolorosa inquietud
que me susurra que entre tú y yo
ya no pasa nada grave.

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Feroz navidad

Del estrépito de atascos y sirenas
a las calles engalanadas,
de las uvas de la suerte
hasta un escombro masacrado de Siria,
de los nombres amados, marcados a fuego
en calendarios impasibles
ante el dolor de los huesos,
hacia la lotería sin calvo
como último reducto de la esperanza.

De la rapiña legalizada y elegante,
de la cotización del langostino tigre
en los supermercados de moda,
del viernes negro, de los lunes raros,
de las tardes de villancicos
que murmuran mantras
en el hilo musical
de las grandes superficies
inhabitables,
hacia los reyes magos electrónicos
y las felicitaciones por Whatsapp
como último reducto de la ternura.

De la lista ordenada y reincidente
de todos mis delitos cometidos,
de cada punto final que sólo puede
embellecerse con viejas letras,
de esta soledad menos esperanzada
que la infinita ausencia anterior,
hasta el perro de esta máquina de teclas
que solo sabe ladrarme tus ojos de plasma
como último reducto del corazón.

Yo sé que la vida, igual que el espectáculo,
siempre debe continuar
aunque habitemos tiempos lánguidos y correosos,
aunque el deterioro nos acobarde el espíritu,
aunque hace ya mucho que aprendimos a verle
los huesos desnudos a la noche.

Debe continuar la vida entre neones
aunque nos caiga otra vez encima
esta feroz navidad de cada año,
cuando todos nos empeñamos
en desearnos mutuamente
todo aquello que luego
nunca sucede
o que sólo sucede
cuando dejamos de desearlo.

Humo

Remover encuentros en el sigilo,
dejar vagar intrusos por la costumbre,
trenzar precipicios en la memoria
a los que nunca asomarse,
cambiar la brújula de norte, empaquetar
los vientos de la rosa,
diluir el brillo en la rutina
y despojar de límites la mansedumbre.

Esta avidez pegajosa del olvido
a la que uno pide auxilio en la tormenta,
este código inhóspito de destrucción de los recuerdos,
esta energía derrochada en adquirir salvoconductos
y pagarlos con metralla,
este escorpión rodeado por el fuego
que es la memoria cuando estalla
y esta cólera de los adioses,
sólo son sahumerios baldíos:
humo sin magia, sólo humo.

Porque tú y yo,
humo más uno,
jamás podremos
volver a ser dos
completos desconocidos.

Incomunicación

Está mi anverso recóndito
entre cuchillas de pájaro
y gotas de silencio.

Si supiera estirar mis vísceras
hasta el borde del campanario
y exprimir la ansiedad de suelo
que me corre por las pesadillas,
podría habitar hormigas,
volar candados, atornillar flores
de pétalos impares
a la pata de una silla.

Si supiera darte un pista,
dibujarle señales de humo
a este cielo blanco raso
en el que te deslizas sin mostrarte,
tal vez tendríamos la oportunidad única
de habitar juntos un poema.

Y si acaso no entiendes mi anverso
cuando apenas consigo expresar lo que siento
mientras ardo en cada palabra escrita,

léeme en voz alta, ódiame despacio,
abrázame fuerte.

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