Vengo del tribunal y estoy a la última. Me sé los reales decretos y los ficticios también, las órdenes y las contraórdenes educativas, las citas de autores de fama mundial, como si las hubiera escrito yo. O sea, que no me acuerdo de nada, que es lo que me pasa con lo que escribo.
Pero estoy a la última en códigos QR, en metodologías novedosas y en planificación de ambientes. Estoy a la última en relacionar objetivos, contenidos y criterios de evaluación, eso sí, abreviando un poco el largo brazo de los párrafos de la pedagogía.
Estoy a la última en selección de recursos y en organización de proyectos de investigación, así como estoy a la última en formularios de autoevaluación: mía, del proceso y del texto que me sale como me sale.
Es bonito estar a la última, mola, aunque es muy cansado. Son muchas horas de escuchar la misma cinta de casete (habrá quien no sepa ni qué es eso), que se rebobina cada media hora y vuelve a sonar con las mismas canciones que llevan la misma música y con letras tan parecidas que podría decirse que toda la cinta está grabada con la misma tararera*.
Ha costado trabajo, sí, pero estoy a la última. Eso sí, estoy a la última, pero a la última de una legislación que ya está derogada. Y toma bajonazo y átalo con una guita, chaval.
Siempre me pasa lo mismo. En los 90 conseguí estar a la última de la música de los 70. En los 2000, de la música de los 80. En los 2010, a la última de Serrat.
Llego tarde a estar a la última. En general llego tarde a todo, supongo que por cobardía, aunque podría llamarlo prudencia y quedar mejor.
Pero el caso es que estoy a la última, que no es lo mismo que estar en las últimas. Hay que ver lo que cambian la visión de las cosas una preposición y un plural convenientemente colocados.
Lo cambian hasta el punto de que acabo de tener un presentimiento terrible. Hay personas de las que estoy tan a la última, que lo más probable es que me estén derogando ahora, en este preciso momento, durante este último tribunal del que he salido a la última.
Quizá sea cierto que esté en las últimas y sin embargo, aquí yo, proponiéndome verlo todo con otra mirada, intentando tomarme el humor de la vida en ayunas y antes de que se le vayan las vitaminas.
Ojalá el presentimiento no se cumpla y pueda seguir en vigor unos besos más, algunos abrazos que todavía queden sin estrenar y pequeñas arenas de corta duración pero de recuerdo infinito. Espero que aún me quede alguna disposición transitoria a la que agradecerle algunos minutos más de cielo.
Quizá por eso me cueste tanto estar a la última. Porque siempre he preferido estar a la primera, no saberme bien los temas y seguir ensayando y errando, delante de un espejo como este, todo lo que me queda por decir.
Es posible que esté ahí el meollo de la rabia que a ratos no me deja escribir respirar.
(*) Según la RAE, la palabra tararera no existe en castellano. Así que me la he inventado yo y es mía. Pero te la regalo, en compensación por las tantas que me has regalado tú a mí.
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