agosto2017 (Página 1 de 2)

Cartas de amor

¿Crees que alguien feliz
debe, puede, sabe coger teclados
y escribir cartas de amor? ¿O más bien
debería dedicarse a repasar
muy cuidadosamente
la fina línea vertical de esos labios
que le están sonríendo desde la cama?

Como un aceite que escurre viscoso
sobre la piel tendida que se desea
y la empapa despacio, hacia el origen;
como mano que aparta
cabellos del hombro en el que se quiere
apoyar una vida,
como un gemido que casi no tiene
que tocar el aire para pasar
de una boca
a otra igual de expectante,
no,
nunca,
jamás redactaré
cartas de amor tan hermosas
como esas que se escriben
sin usar ni una mínima palabra.

De hecho, las cartas de amor no existen.

Todas esas que pueden parecerlo
y que suelen dejar un sabor dulce
sobre los ávidos ojos lectores
que las camuflan luego
entre las páginas de cierto libro
anónimo, no son cartas de amor,
sino cartas de ausencia
que, luego o más tarde, según el caso,
nadie recordará.

Comunmente es así

El amor le es dado a cualquiera
pero…

entre el empleo,
el dinero y demás,
día tras día,
endurece el subsuelo del corazón.

Sobre el corazón llevamos el cuerpo,
sobre el cuerpo la camisa,
pero esto es poco.

Sólo el idiota,
se pone los puños,
y el pecho lo cubre de almidón.

De viejos se arrepienten.

La mujer se maquilla.

El hombre hace ejercicios con sistema Müller,
pero ya es tarde.

La piel multiplica sus arrugas.

El amor florece,
florece,
y después se deshoja.

(Vladimir Maiacovski)

Soneto en prácticas

Este primer cuarteto está empezado.

Voy cantando sus versos poco a poco
-si cuento con los dedos me equivoco-
y los dejo estallar sobre el teclado.

El móvil me interrumpe varias veces,
o bien me desconcentro con el humo
-agarrado al cigarro que me fumo-
o me distrae la tele con memeces.

Sin palabras que todo lo equilibren
no me inspiro, no encuentro versos buenos,
no hay manera, no consigo que vibre

y se llene de renglones serenos.

A desdeñarlo voy, por imposible,
o por casi imposible, más o menos.

Soneto en prácticas

El primer cuarteto ya está empezado.

Voy cantando sus versos poco a poco
-que si me pongo a contar me equivoco-
y los dejo estallar sobre el teclado.

El móvil me interrumpe varias veces,
o bien me desconcentro con el humo
-agarrado al cigarro que me fumo-
o me distraigo pensando en memeces.

Así no hay modo de que se equilibre,
no me inspiro, no encuentro versos buenos
que consigan que este soneto vibre

y se llene de renglones serenos,
así que lo dejo por imposible.

O por casi imposible, más o menos.

(versión anterior)

Desvivir

Avanzar
retrocediendo un poco.

Huir para quedarse en la misma silla.

Alzarse para seguir de rodillas.

Cambiar todo para seguir igual.

Susurrar para no escuchar los gritos.

Terminar para repetir el ciclo.

Perder de nuevo para no empeorar.

Escribirse a uno mismo
y hablar solo.

Elogio de la víspera

El segundo anterior
siempre es el decisivo.

Nos atrapa la víspera,
su inquietud, su temblor,
porque esperar que ocurra
convierte cualquier milagro en posible.

De eso está hecha la vida,
de una impredecible materia oscura
que deslumbra justo antes de apagarse,
de la espera prolongada de todo
lo que no se consigue retener
más que un fugaz instante.

Porque la realidad
solo puede encantar antes de serlo
y por entre los dedos
pasa después liviana
sin dejar más que ceniza en el aire.

Una llamada oculta un pasatiempo
si no descuelga el auricular la incertidumbre,
la decepción está hecha con la cera
que se va fundiendo mientras la llama
que encendimos refulge con estrépito,
el éxtasis sucede unicamente
hasta que aprendes a calcular el estupor.

Si supiéramos, digo saber profundamente,
como el aire entiende al pájaro que se suicida,
si supiéramos que tras esa puerta que se ansía
no hay sino otra igual y también cerrada,
preferiríamos huir inmaculados
hacia donde nada pueda esperarse.

Encender una vela
es condenarnos a la oscuridad venidera
y soñar en voz alta
es emprender el camino de la decepción.

Conjugar el amor
es el mejor modo de no consumar el acto
y anunciar la sorpresa
es matarla escupiéndole flores a su tumba.

Asumamos entonces esa lágrima
que sólo puede enjugar la siguiente.

Y sigamos adelante sin mirar atrás,
muy despacio,
para que tarde en deshacerse el lazo
y en rasgarse el papel.

Porque toda ilusión desemboca en desengaño
─no hay modo de acabar bien lo que acaba─
que la víspera nos atrape siempre
en el segundo anterior, en la raya
que separa los milagros posibles
y los que no.

Minuto y medio de poema

Minuto y medio tardo más o menos
en leer detenidamente un poema,
no demasiado largo,
que llena esta soledad apacible
de una tarde lluviosa.

Cuando leo se entrecruza
cada palabra un poco conmigo,
con lo que siento, con lo que imagino,
con diversas emociones furtivas
que remuevo en la taza
del café con leche que tomo tibio
entre cada sorbito de metáforas.

Las hago mías leyendo verso a verso,
incorporando voces, memoria, desencantos
y un mordisco que doy de tanto en tanto
a una galleta que no es de la suerte.

El café se acaba. También el poema.

Puede que ocurra que si eres tú quien me lee,
cuando lees se entrecruza
cada palabra un poco contigo,
con lo que sientes, con lo que imaginas,
con diversas emociones furtivas
que remueves, tal vez, en otra taza.

Quizás te pase lo mismo que a mí
y estés apretando el libro y los ojos
como se cierra un viejo álbum de fotos,
como se huele la rosa a primeros de mayo
o como se escucha minuto y medio de lluvia
de una tarde equivocada y rellena
de este sin ti cayendo gota a gota,
muy lentamente, sobre los renglones.

Porque entiendo que la poesía sucede
dentro de las personas,
desde, sobre, con, por el poema, sí,
pero fuera del poema.

Tres minutos de poema

Apenas tres minutos es lo que tardo
en leer un poema, no muy largo, en el silencio
de una tarde lluviosa.

Todo lo que entiendo se entrecruza
con un algo que se imagina, con un mucho
que se sugiere, con un poco de mí
y una taza de café con leche
que espera mis labios tibios
entre sorbo y sorbo de metáforas.

Pero yo construyo las mías en cada verso
hilvanando voces, memoria, desencantos
y un mordisquito que doy de tanto en tanto
a una galleta que no es de la suerte.

El poema se acaba. Recuerdo entonces
que algunas noches imagino
el sorbo a sorbo de tus labios
en esta taza de mi boca, hueca y ronca
por todos esos excesos de ausencia
que se me quedan fuera de la página.

Y se me ocurre que eres tú quien me lee
en el poemario de alguna vida
y que todo lo que entiendes se entrecruza
con un algo que me sugieres, con un mucho
que te imaginas y con un poco de este yo
que ahora aprieta el libro y los ojos
como se cierra un poema que te emociona,
como se huele la rosa a primeros de mayo
o como se escuchan tres minutos de lluvia
de una tarde equivocada y llena
de este sin ti que va cayendo gota a gota,
lentamente, sobre los renglones.

(Versión anterior)

Sin título

Sirenas nadando en el limo
burbujeando en el anverso
de títeres de celofán movidos
por tendones de pollo desechados.

Al fondo del paisaje, borroso,
un hombre lanza discursos
sobre un perímetro acordonado
con laca de uñas.

Sube el volumen del llanto
de la mujer que tiembla bajo el cuchillo
y se le apagan los ojos desencajados
mientras sube al marcador otro gol de Ronaldo,
mientras se anuncia ácido hialurónico en la pancarta,
mientras alguien se enguaja los dientes
con un licor de hierbas.

El equipo forense toma café en una terraza
después de haber firmado la autopsia.

A los ojos redondos y entrevistados
de los vecinos,
todos los asesinos
siempre parecen buenas personas.

En sepia

Me devuelve la memoria los rostros
como antigua instancia fuera de plazo
que huele a papel viejo,
a tinta oxidada por la intemperie
de los días deshojados.

Todo me llega pardo,
en un ocre que embadurna paisajes.

Como en una película de Hitchcok,
la memoria colorea el anverso
con doble blanco y negro,
repitiendo una historia
que aunque siempre parece ilimitada,
en tanto que recordada, no puede
resultar verdadera.

Tú y yo arrugamos el mismo pasado
con texturas distintas,
como diferentes se oyen los tonos
de aquella melodía
que silbamos juntos con luna llena
y que ahora tan irreconocible
suena en tus labios que dudo si entonces
tal vez no fuera la misma canción.

La memoria nunca devuelve intacto
lo vivido,
lo emborrona,
lo aplasta, lo desangra.

No estaría mal si también consiguiera
hacerme olvidar que quien se lamenta
de todos los finales repetidos,
este yo que carga sobre la espalda
maletas de lluvia despilfarrada,
también soy otro de sus errores favorecidos.

Pero tú, que viviste el mundo en mí,
devuélveme el color de aquellos sueños,
tráeme una luz que borre las sombras
y una mano que me oriente a través
de este túnel sobre el que empieza ahora
a caer taciturna
la suave oscuridad de lo perdido.

Devuélveme el color, ese color
que tenía la vida desde tus ojos
en el instante en que nos abrazábamos.

Esa luna color de viejo saxofón…

Esa luna color de viejo saxofón
me retendrá en París.

Esa luna color de vieja mariposa,
de alma vieja buscando sobre el viento
ojos para mirar el fin de siglo,
gatos que son las dudas de la noche.

Tiéndete junto a mí. Despierta en la memoria
esa inquietud que guardan los que acaban de amarse,
la imperceptible prisa de los labios
que buscaron un cuello donde apoyar su aliento.

Y déjame mirarte, frente a frente,
con estos mismos ojos orientales
que utiliza el amor para observamos.

(Luís García Montero)

Supongo que sueño

Duermo mal. Y es que hay cosas que si no
se aprenden en la infancia
resulta muy difícil hacerlas bien.

Yo supongo que sueño
como todo el mundo, según la ciencia,
pero jamás he recordado nada,
después, al despertarme.

No es sólo que desee
poder asombrar a propios y extraños
contando en voz muy baja
y con todo lujo de detalles
un pasaje febril, un tormentoso
episodio, una caída interminable
o algún unicornio de los de Silvio.

Sino que, esta es la gran perplejidad
que me violenta, y mucho más después
de algunas ausencias sobrevenidas
en los últimos tiempos,
dormir sin tener sueños
se parece demasiado a una muerte.

He preferido siempre
acercarme a la noche con los ojos
intensamente abiertos
inventando recortes de otra vida
que, aunque solo suceda en mi interior,
es absolutamente verdadera.

Porque todos los sueños me sorprenden
plenamente despierto
siempre creí en el insomnio
como creo en la mecánica del freno
cuando derraman rojo los semáforos.

Duermo mal y nunca recuerdo nada,
no puedo darte detalles, lo siento,
si acaso, citar unos cuantos poemas,
suspirar levemente
cuando me visto para hacer la compra
o mientras cuento sílabas.

Supongo que sueño

Duermo mal. Hay cosas
que si no se aprenden en la infancia,
luego nunca se hacen bien.

En esos ratos de duermevela,
como un fogonazo de esperanza,
descarrilan los trenes de la memoria
y el azar enfunda su machete.

Supongo que sueño, pero jamás
he conseguido recordar una historia.

Lo peor es que nunca puedo
conmover hacia el misterio
a quienes escucharían con gusto de mi boca
un pasaje febril, una caída,
un tormentoso episodio,
una lujuria familiar.

Pero es en ese momento, despierto,
con los ojos cerrados a la oscuridad
y atravesado por los ruidos de la noche,
cuando simulo el artificio de otra vida,
que no me vive más que por dentro
y que pugna por salir.

Me fabrico mis sueños a medida,
sueños que no podría contar
en ningún auditorio, por el pudor
que me produciría saber lo que significa
cada fotograma y, al mismo tiempo,
hacerte creer que no.

Para mentirte prefiero mil veces
el día a día, el trabajo, la sombra
de todas aquellas palabras que me dices,
esos silencios espesos que otorgan
o este hálito sutil de la poesía.

Miento mal. Sueño mal.

Hay cosas
que si no se aprenden en la infancia,
luego nunca se pueden aprender.

(Versión anterior)

Así en la tierra como en el blog

Amor mío,
que estás siempre al otro lado,
santificado sea tu nombre;
venga a mí tu corazón;
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el blog.

Dame hoy el aliento de cada día;
perdona mi gramática y mi ortografía,
como también yo perdono
a quienes no me entienden;
no me dejes caer en el anverso
del pozo oscuro de la poesía
y líbrame de la soledad.

Me vas a dejar triste otra vez como anoche…

Me vas a dejar triste otra vez como anoche
Y a ti te gusta estar pálida como anoche
El viento ulula ladran los perros como anoche
Ves que pongo en tu vientre mis manos como anoche

Hágase la locura dijo una voz anoche
Pero este viento no es el mismo que el de anoche
No preguntes ahora si el mundo empezó anoche
Esta noche nos traen los despojos de anoche

Pero se han puesto negras las estrellas de anoche
Sigue chillando el pájaro que entró en el cuarto anoche
Ya juegan como anoche gimiendo como anoche
las sombras que parecen bichos en agonía

(Carlos Edmundo de Ory)

Como nunca

Porque ahora
las ventanas han dejado de ser
un ojo que vigila,
cuando abrazar tu cuerpo es transparencia
y besar tus labios casi invisibles
se convierte en difícil ejercicio
de balancearse al aire,
por fin puedo
amarte como nunca.

Porque ahora
la entrada clandestina
no nos acecha con su taquicardia,
cuando la luz no permuta de tono
al dictado de lo que me susurras,
por fin puedo
amarte como nunca.

Porque ahora
no riman mis palabras con tus senos
he dejado de escribir en tu aroma,
porque ahora
mis poemas anversos no dibujan
la forma dulce de tu viaje en círculos,
por fin puedo
amarte como nunca.

Por fin puedo
amarte como nunca,
conversar con tu ausencia
que se me acerca hermosa, mansa y libre
para acariciarme las manos del frío,
enroscarme a los pies de los silencios
y recordar el pecho de tu risa.

Porque ahora consigo
medir el tiempo con otros relojes
puedo decirte, sin ninguna duda,
que he dejado de amarte como siempre
para amarte, todavía, como nunca.

Vaso con agua

Siempre habrá alguien
corrigiendo o burlándose
de quienes dicen vaso de agua

Ellos, amantes de la lógica
nos prohíben el juego
de imaginar que el vaso

fue alguna vez un cilindro
que derritió su centro
para darnos de beber.

(Estefanía Angueyra)

Como nunca

Ahora que ya las ventanas
han dejado de ser un ojo que vigila,
cuando abrazar tu cuerpo es transparencia
y besar tus labios invisibles
se convierte en un raro equilibrio
entre bailar sin música y cantar sin voz,
puedo amarte como nunca.

Ahora que a la entrada de cada gruta
no está acechándonos la taquicardia,
cuando la luz no cambia de tono
al dictado de tus susurros,
puedo amarte como nunca.

Ahora que he dejado de escribir tu aroma,
que ya no riman mis palabras con tus senos,
ahora que mis dedos no albergan tus uñas
y que mis poemas ya no dibujan
la forma dulce de tu viaje en círculos,
puedo amarte como nunca.

Puedo amarte como nunca,
conversar con la misma ausencia antigua
que ahora viene mansa y amistosa
a lamerme las manos del frío,
ovillarme a los pies de tu risa clara
y mirarte, desde muy cerca, a los ojos.

Ahora que consigo
medir el tiempo con otros relojes
puedo decirte, sin ninguna duda,
que he dejado de amarte como siempre
para amarte, todavía, como nunca.

(Versión 0)

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