La forja

Mi abuelo ordeñaba en añil vacas sonámbulas
—soñaba el señorito la paz del mármol—
y recibía a cambio once litros de leche.
Solo después comenzaba su jornada,
que duraba lo que la luz sobre los campos:
los frutales agradecían el agua y los fandangos,
los cochinos el azul de su desvelo.
                                          Nada era suyo.

Tras la cena y los besos, mis abuelos
salían a hurtadillas —once niños
soñaban el pan de los molinos—,
el hacha y la espuerta conocían la vereda
donde arrancar monte sin ser visto.

Pertenezco
a una raza de hombres y mujeres
que tallaron en piedra su alegría.
En mi genealogía
solo se hinca la rodilla
para sembrar la tierra.

Emilio Martín Vargas (1979, Valencia, España); Lumpen Supernova, Ed. Visor, 2019. XVII Premio Emilio Alarcos.