Espera: deja callada tu línea.
He de leer.
Duerme el silencio, deja en libertad
esos dos pequeños cordones bailarines;
que he de descifrar
y nombrar
y atraer sin demora
la figura que me ha sido reclamada.

Nada de vosotros sé.
O quizá sí, un silencio blanco,
redondo,
mudo.
Un sol sobre un fondo de ciruelas silvestres
Nada más allá de vuestra ocultación tenaz.

En relicario denso permanecéis apartados,
colgáis
entre dos franjas,
alejados de toda sujeción.

Bañada por la calma
voy alargando los dedos,
alargando algo más que, aunque sé, no conozco,
desde un mundo lejano y circundante,
queriendo entrar en la caverna que os da lecho;
donde habéis crecido cobijados.

Y ahora dormidos estáis,
pero hasta cuándo.
Cómo ha de ser el regreso.
Qué os ha de volver a la vida.

La contestación guardáis
con terquedad rencorosa.
Nada de mí os ha herido.
¿Cuál será entonces la razón del resentimiento?
También, como el vuestro, mi milagro es frágil,
regalado tan sin mérito como el que poseéis
no como el que conseguiréis de nuevo.

La cúpula otra vez enviará sus canciones,
sus mandatos nítidos y audibles
que no debéis desechar.
Y arriba y abajo volveréis lentamente;
lentos,
hasta que la palabra salte como un pez en la arena.

Margarita Arroyo (1947, León, España), Reducido a palabras, Ed. Torremozas, 1983