A ella la despidieron
Por sacar de la farmacia las cremas más caras
y untarlas sobre las úlceras de los vagabundos.
Por dar de comer y beber a los animales que viven
dentro de los oboes y las tubas.
Por pintar esos trozos de paisaje que roban los barrotes
en las ventanas de los manicomios.
Por cambiar las monótonas canciones
de los semáforos para invidentes.
Por recoger los duendes de la lluvia
con máscaras de esgrima.
Por deslizar galletas debajo de las puertas
a los chicos castigados en el orfanato.
Por imantar el almacén
de la fábrica de armas.
Por volver a unir, a escondidas, los eslabones
de los péndulos de los zahoríes.
Por regalar unas gafas de eclipse
a la niña que se enamoró del sol.
Por arrullar y acariciar
a las reses del matadero.
Julio Mas Alcaraz (1974, Madrid, España); El niño que bebió agua de brújula; Ed. Calambur, 2011.
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