Nana del desperdicio de la tristeza

 Al abrigo de la arboleda de Soto del Real
   y cerca de María Fernanda y Emilio Barrachina

Tengo delante de los ojos
el asombro de la arboleda
que me abraza.
Miro los fresnos susurrantes,
 los callados abetos,
los sauces melancólicos
 y no sé bien qué hacer
con el desperdicio intangible
 que llamamos tristeza.
 La tristeza es quizás
 el mejor animal de compañía,
la fiera más doméstica,
 pero también la más hambrienta.
La tristeza es un hueco que nos sigue
y que al menor descuido nos alcanza,
se sitúa delante de nosotros
y nos canta su nana de desdichas,
su lamento de fiera abandonada,
su machacona relación de oprobios,
su quejido de bicho que se empeña
en pegarse a nosotros
 y decirnos
que no la abandonemos
 a su suerte,
que nuestra obligación es adoptarla.
El viejo desperdicio de la pena,
tan opaco y radiante a un mismo tiempo,
nos va reconociendo con su hocico
y nos lame las manos con su lengua
y se acurruca manso a nuestro lado:
conoce palmo a palmo
 el territorio.
Sus lágrimas nos lavan con modestia,
mientras el animal nos sigue terco,
 con la amable seguridad
que da el abismo.

Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); Nanas para dormir desperdicios, Ed. Hiperión, 2007