Vino, posó sus ojos, mil ojos,
en mí por un momento, luego
se fue, dejó dos de los suyos
en lugar de los míos, con ellos miro
varas de azucena florecidas, rosales,
viejos celindos olorosos, un moral,
En tanto que de rosa y azucena llamamos
al jardín, acacia pianista de la brisa.
Olvido García Valdés, Y todos estábamos vivos, Tusquets, 2006
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