Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

febrero2025 (Página 1 de 5)

Estorninos

Estorninos

Algunas cosas no pueden ser
atrapadas en palabras,
los estorninos sobre un río de octubre, por
ejemplo:
el modo en que se elevan desde el borde de un
tejado en una nube
dirigida por un coreógrafo oculto;
el modo en que suben, se agrupan y
descienden,
tirando de alguna arteria desconocida del
corazón humano;
el modo en que la nube se rompe y fusiona
las partes inferiores de las alas recogiendo toda
la luz
que quedaba en el cielo del crepúsculo;
el modo en que vuelan y confluyen hacia el
tejado de un depósito,
un pájaro marrón tras otro.

Moya Cannon (1956, Irlanda), Aves de invierno y otros poemas, Ed. Pre-Textos, 2015

Anduve por el dorso de tu mano

Anduve por el dorso de tu mano, confiada…

Anduve por el dorso de tu mano, confiada,
como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.

Llevabas diez mil siglos despertando
y el fuego ardía impaciente en tu boca.

Chantal Maillard, de «Hainuwele» 1990

De niña

De niña
superaba límites
saltando los marcos de las pizarras.
Las líneas rectas se enlazaban al vacío
mientras yo
perseguía sus puntos de fuga
atravesando paredes.
Ahora
parece insustancial
el valor de la recta,
sus diagramas imposibles
recorriendo galaxias.
Una línea es lo que dibujamos
entre lo perdido y el presente;
lo que marcan tus labios
con avaricia de infinito.
Nos bastaba un minutero
marcando los Fragel Rock.
Con la espera del postre
definíamos el tiempo.
La huida del castigo o el recuerdo
de una playa quebraban el pasado.
Distinguíamos la mañana y la noche
por la luz y los pijamas,
meriendas y recreos circundaban los relojes.
Hoy los días son bisiestos;
son compromisos los cumpleaños
y los descansos jornadas vacías.
Fatigamos las semanas y advertimos
que el ciclo de la vida
usa conceptos gastados.
La definición del tiempo se marea en los minutos.

Marta Zafrilla (1982, Murcia, España); Pecios, Editora Regional de Murcia, 2006 (Premio Molajoven 2006)

Decálogo I

Decálogo I

Cuando el nombrado llegue y desaparezca el mar
quedarán la lluvia estridente
y el haz de luz disuelto en el árbol
tras la lluvia estridente.
El río que rodea la Tierra.
El filo de la cumbre azul.
El rastro de las nubes que se disgregan en bocanadas
perdiendo consistencia por la ladera.
El charco de seres transmutados en líquido navegante.
El afán por la grandiosidad de los marcos naturales
y el afán por superar su misterio.
El asombro. El vértigo del esplendor.
El rugido del viento. El olor imposible del barro.
Los aullidos del animal huidizo.
Los ajetreos de un pájaro mudo que mueve la cabeza como si buscara algo mejor.
Y que tal vez busque algo mejor.
Quedará lo que no tiene sentido ni razón ni fin.
Lo que no se puede proteger.
Y lo que no se puede destruir.

Pilar Adón (1971, Madrid, España); Mente animal (2014); extraído de Años de trece meses. 13 Autoras de la poesía actual en lengua española, Ed. Demipage, 2022.

La caída de ícaro

La caída de Ícaro

Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.
Yo soy muy pequeña.

Un cuerpo caminando.
Un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.

Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.

Olvido García Valdés (1950, España), Exposición, Ed. Esquío, 1979

Nightingale

Nightingale

«Cada palabra es una herida mortal.
Debo tener cuidado».
Jorge Díaz

Noche, palabra mía henchida de sucesos
La aflicción, el vacío, la muerte, la tiniebla
avivan en tus sílabas sus temores y ansias.
Extenuado nombre, fatigada corola,
para caer de ti como cansino pétalo,
o hundirse en tus confines, abiertos, afilados,
beso ardiente, última sensación,
locura extrema.
Noche, noche, amor mío,
¿es que acaso me atreveré a saltar
traspasada de ti hasta la muerte?
Lengua: nupcial espada.
Apenas te mencione, convocadas estrellas
insistirán solícitas mostrando el desvarío
de tus ojos vibrátiles.
Oh noche, qué incitante, qué turbadora eres;
madre devoradora, acercas tu regazo,
y cómo quiero huir, cómo desertar quiero
de tus lágrimas ávidas, cómo intento esconderme
de tus manos, oh noche, mi tristeza.
Y quizás seas la única, la palabra final
que todo amor explique. Y el estremecimiento.
Y el magnífico instante que ni aún la memoria
más fiel y enamorada consiente en repetir.
Noche, tristeza mía, todavía es posible
que te llame, y me abreve en el láudano amargo
que destilan tus letras. Que a tu herida entregue
y a tu abismo, mi tristeza, mi noche,
todavía es posible.
Oh noche mía, acaso… acaso te amaría.

A James Forestal, que se arrojó al
vacío antes de terminar de escribir
la palabra “ruiseñor”, es decir,”NIGHTingale”

Ana Rossetti (1950, Cádiz, España), Indicios vehementes (Poesía 1979-1984), Ed. Hiperión, 1998

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