Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

Ana Merino

Cuando espero

Cuando espero

Cuando espero,
se adueñan de mí los ruidos de la escalera.

Parezco un perro que levanta las orejas
y se incorpora al escuchar
el silbido de un pastor en la distancia.

Me gustaría vivir en una casa vestida de colina
solitaria
y tener ventanales inmensos
y que fuesen mis ojos los cristales.

Quedarme en casa…
Quedarme en casa,
sumergida en los pliegues de las horas,
y no esperar a nadie.

Que los ojos escuchen
y se olviden del mundo.

Que me arrope el silencio
y respire en mi nuca
su suave indiferencia.

Que vivir sea esto,
sin palabras de aguja
ni rodillas de llanto,

con el tiempo desnudo al borde de la cama
y mi boca dormida en su tímido beso.

Ana Merino (1971, Madrid, España); Los días gemelos, Ed. Visor, 1997

Adiós a la niñez

Adiós a la niñez

Adiós Peter Pan,
se aleja mi niñez
dando pasos de gigante
y tu sombra soy yo
convertida en mujer.

La tierra en donde vives
no me puede acoger
porque ahora sueño
que eres agua salada
mojándome la piel,
que eres un niño grande
bebiéndose mi sed.

Ya no puede volar
porque mi boca
ha aprendido a morder
con dientes de deseo,
y he dejado de ser
la niña que encontraba
respuestas en los libros.
Ahora salgo a buscar
las piezas perdidas de mi alma
en los ojos cerrados de la noche.

En tu almohada
he guardado los tebeos
que leía de niña,
el pedazo de cielo de viñeta
que no podré alcanzar
por querer ser tu amante.

Adiós Peter Pan,
el eco de los niños
que no quieren crecer
y sólo juegan
me ha hecho recordar
que tuve sueños
que nunca jamás podrán cumplirse.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Juegos de niños, Ed. Visor, 2003. (I Premio Fray Luis de León)

Mujercitas

Mujercitas

Nosotras que buscamos el amor
en las metáforas que suspiran,
que hemos aprendido a recorrer nuestro cuerpo
con las yemas finísimas,
deseamos,
en el espejo de nuestra boca
que nuestra lengua se transforme en otro paladar, en otros labios
y los recorran unos dedos inmensos
que sepan penetrarnos
abrir todas las grietas,
y nos hagan temblar como a los árboles de tronco diminuto
que se mecen con el viento.

Nosotras, vestidas o desnudas
florecemos con el agua de los besos
que humedecen las promesas,
florecemos con el susurro efímero
de la felicidad.

Pero también nosotras, las que buscamos el amor
en los versos sin alas de todos los ángeles caídos
nos vamos quedando solas,
y la geografía de nuestra piel se desdibuja,
en todas las esquinas, sobre las sábanas,
en los abrazos de la añoranza,
en el deseo de una nostalgia a la que rendimos tributo
bebiendo su semilla.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Juegos de niños, Ed. Visor, 2003. (I Premio Fray Luis de León)

Los buenos propósitos

Los buenos propósitos

En la lista de cosas por hacer
está la peculiar obligación de recuperar el tiempo perdido,
como si en todos esos buenos propósitos
existiera una fórmula infalible para apropiarse del pasado
y volverlo presente continuo.

Cuando nos desnudamos
la geografía de cada cuerpo
se vuelve una ciencia exacta y nos confirma
que la vida atemporal es para las estatuas.
Esa es la arqueología que a veces nos confunde
mezclando el paladar de los esfuerzos
con la madurez que da forma a la piedra
y su gesto inmóvil de secretos cincelados.

Los pliegues de la carne quieren parecerse
a la luz evaporada del verano;
la arena del cristal de los espejos
es un reloj que araña cada rostro
y va trazando surcos con ecos murmurados.

La soledad reconvertida en todos los instantes
que anidan en nosotros como abismos vacíos.
Ansiedades insomnes de voz distorsionada
que escarban sin descanso en el vértigo extraño
de la mala conciencia que nadie reconoce,
pero es en realidad ese tiempo perdido
que se ha vuelto a escapar y nos despierta a cada rato,
para reírse otra vez de lo que se ha llevado.

Ana Merino (1971, Madrid, España), Los buenos propósitos, Ed. Visor, 2015

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