Aunque hubiera tenido que comer pan solo
Madre,
me acuerdo de una vez, no sé cuándo, tú ya eras
muy mayor, el sol nimbaba
tu rostro puro, finísimo, de sonrisa esplendente,
sin una arruga. Hablabas de mi padre,
que había muerto años atrás: tortolica sin socio,
sola en el aire cenital del mediodía.
La vida
iba llegando a su fin, y recordabas los años
de privaciones y escasez, tenacidad y esperanza:
«Tu padre
tardó mucho en colocarse cuando volvimos de Madrid…»
Y me contabas los trabajos y los días
de un Hércules civil al que nunca abandonó la fe
en el futuro. Porque el futuro éramos
nosotros. Es decir, yo. Lo escribo ahora,
2 de enero del año 2008, con temblor
y deslumbramiento, en el centro geométrico de un charco
de soledad purísima.
Te veo,
te vuelvo a ver mirándome, porque me parecía a él
(a quien él era entonces), tomándome la mano
entre tus manos de ríos azules que se iban
yendo tras el recuerdo: Madre,
hoy que no queda nadie de nosotros (yo menos
que ninguno) tus palabras florecen,
bellísimas, en el silencio definitivo de un poema
de amor que tú escribiste con tu vida
(yo le habría seguido
aunque hubiera tenido que comer pan solo)
hasta el final.
Eduardo Fraile Valles (1961, Madrid, España), Retrato de la soledad, Ed. Difácil, 2013.
Magnífico.