Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

Elena Camacho

Vaso

Vaso

I
Yo te presto mi cuerpo de vaso
para que lo llenes con el agua
que da vida y el vino de las risas.
Tú lo tomas y de él bebes, primero,
el aguardiente oscuro del deseo;
después lo llenas con la tisana
sana y rutinaria. Y mi vaso vuelve
henchido y vacío a su alacena.

II
Pero es frágil; mira bien no lo rompas,
no lo rayes, no lo agrietes.
Y está frío. Y gusta del abrigo de tus manos
para hacer de su cristal caleidoscopio.

III
A la mañana, cuando se asoma el sol
por la ventana, enmudece y, a veces,
el frío matutino lo viste con el rubor del vaho.
Y espera unos dedos firmes que lo abriguen.
Y un espesor de zumo que lo aliente
para regresar a la vida del día a día.

IV
Es vespertino el adiós y el hasta nunca
se viste de nocturnidad y alevosía.
Cuando posas tus labios de pulpa radiante
de granada, tiembla en los míos el temor
a una explosión de jugos y de savias.
El cristal, proyectil ansioso y líquido,
te busca la mirada de vidrio y solo halla
un transparente diamante inquebrantable.
Entonces tiembla el vaso
cernido entre tus manos.
Se derraman las huellas del ocaso
y zozobra la broza que crece
en mi pantano, y la comezón
me pica el sobresalto, y una espesura
de falsa sed y apetito voraz
se ahogará, tal vez con vehemencia,
en mi cuerpo de vaso.

Elena Camacho (1964, Santander, España); Metamorfosis, Ed. Caligrama, 2018

Paz en la guerra

Paz en la guerra es la mejor manera de lograr
que este mundo de golpes e improperios
no nos suma en una cadencia de Guerra y paz eternas.
En la inercia de no retroceder, tomamos
el impulso con que agravar los males.
Los agravios se hacen pendulares y tropezamos
siempre con la misma piedra filosofal,
como los alquimistas, posesos de razón y de deseos.
En todo arrullo una voz disonante nos alerta
de lo que está por llegar si persistimos
en este juego soberbio del «y yo más».
Dar el brazo a torcer de vez en cuando
nos humaniza y serena.

Yo fui menos desde que acierto a recordar,
¡qué importa! Una palabra amable basta
para abrigar la paz. Un gesto febril y tosco
y gris destempla y conviene a la guerra.

Los insultos tienen alas como los cuervos.
Los insultos atracan como los barcos.
Los insultos son densos como el petróleo.
Los insultos, torbellinos glotones, engullen
lo que encuentran a su paso circular.
Su proa dinamita las aguas. Por su quilla
se desborda el odio y la revancha. Su espolón
arremete contra las fuerzas contrarias,
mientras desde el mascarón la sirena
envenena con su belleza pagana.

Quien detesta la guerra hace el amor, incuba la paz,
habita la paz, la mece y la acrecienta en círculos
concéntricos que derraman más y más paz.
Una paz como un cielo, como una torta de pan,
como un salero que convoque a la gente y
la conserve junto a la mesa puesta bien provista.
Una paz duradera que no pudra las carnes.

Elena Camacho (1964, Santander); Colección de flores raras. Las noches y los días. Itinerario: biblioteca; Ed. Caligrama, 2020

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