La lluvia, en el entierro, golpeaba
el ataúd en balde, redoblaba
el vacío de Dios y, en la distancia,
las campanas. Con lo que fue. No hay dolor
de verdad por el otro, en el aire, el dolor
está en el vínculo. Noviembre
solo, sin él, la tarde en los caminos.
En cambio, la tierra, que habían sacado
para cavar la sepultura, era negra,
mollar, agradecida, acogía
con placidez el chaparrón. Y quién
puede quitarse el susto ante la muerte, hace
mucho que entiendo la ceniza,
bien sé que, a la definitiva, solo
una vez hemos de morir. Y que he vivido
más y mejor de lo que nunca pensé,
como el difunto. Y qué. Como puerta
tapiada para siempre jamás, aunque
la lluvia llame y mulla y sea plegaría.
E ignore, qué bochorno, al muerto, me preocupe
por mí, me regodee en metafísicas.
Fermín Herrero (1963, Soria, España); Sin ir más lejos, Ed. Hiperión, 2016.
Magnífico.