Es este el fin de todos los principios:
no hay mañana
que llevarse a la boca invocando palabras
grandiosas de mentira.
La épica huyó, huyeron los clamores
y solo queda el miedo proclamando su aroma,
su congoja animal, su afán acorralado.
Y un hombre, un hombre solo
vertido en su pregunta
frente a la incuestionable soledad de sus células
se dirá —nos dirá—:
¿A quién hemos vendido la inocencia?
La inocencia no existe. No hay dilema,
sólo pozos de olvido donde hundir lo que amamos
y aun así comprendemos que es extraño, que nunca
dejará de ofrecernos la ajena voz del otro.
La inocencia es un truco de actor,
no hay compromiso,
solo altares de fango donde sacrificar
nuestra fe de individuos,
nuestro orgullo insensato
de almas irrepetibles, insolidarias, solas.
Pilar Blanco (1959, León, España); A flor de agua; Ed. Visor, 2000. Accésit del IX Premio “Jaime Gil de Biedma”
Magnífico.